lunes, 14 de diciembre de 2020

Sinestesia

Imagina que te despiertas en lo que parece el interior de una extravagante nave espacial, rodeada de completos desconocidos y sin recordar nada excepto tu nombre... Pues bien, ésa es la premisa de "Sinestesia", la novela corta de ciencia ficción con la que inauguro este blog (y con la que me bautizo también en el género). 

Un guiño a "Cube" (1997) "visualmente" inspirado en obras de estética onírico-futurista, como el corto "Matriculated" de la antología "Animatrix" (2003). Como ocurre con una gran parte de mis relatos, esta novelita está inspirada en un sueño (tengo más que asumido que mi mente creativa trabaja mejor alejada del estrés diurno y que tengo que aprovechar las buenas ideas que me trae Hipnos).

Inicialmente esta obra estaba pensada para ser presentada a ciertas editoriales pequeñas con un perfil bastante concreto, bien como una propuesta de novela corta o para formar parte de una antología de relatos. Sin embargo, como ya he comentado por encima en la presentación del blog, he acabado sudando bastante del mundo editorial en general, al menos por el momento. 

Así pues, aquí la tenéis de forma totalmente gratuita (si bien os incluyo por aquí también mi ko-fi, por si al acabarla consideráis que me merezco un donativo exprés). 

También os dejo el link para descargarla en formato en formato pdf justo aquí.

Ah, y que no se me pase. He de aprovechar la entrada para agradecerle a @bolverkr que me ayudara con un asuntillo sobre la lengua de signos. 




Abrió los ojos en un estado de completa consciencia, serena, casi como si sus párpados se hubiesen activado por acción de un mecanismo. Aunque todo a su alrededor le transmitía una apacible normalidad, sin embargo, no era capaz de reconocer nada del lugar en el que se encontraba.

Se incorporó. Aquel espacio cerrado le recordaba vagamente a la sala de control de una nave, aunque también sentía que era ésa una impresión forzada. Por un lado, se trataba de una cámara demasiado amplia y vacía para tal propósito, y tanto su casco como los conductos que lo recorrían (extrañamente abundantes) estaban revestidos de una capa de pintura dorada estridente y artificiosa, casi como si alguien hubiese aplicado sobre todo aquel escenario un espray de grafitero.

-¿De dónde coño has salido tú? -preguntó una voz grave y áspera a su espalda.

Hela giró la cabeza y, por el rabillo del ojo, descubrió a una mujer que superaría los sesenta años de edad apuntándola con un rifle de asalto. Su pelo espeso y rizado, que llevaba muy recortado, había ya encanecido, y aunque no era más alta ni más atlética que ella, su expresión severa y contundente y su porte erguido, casi marcial, invitaban a tomarla en serio. Vestía un mono de cuello alto de color añil -similar al que al poco se descubriría llevando ella misma-, y llevaba su arma colgada al hombro mediante una cinta de cuero.

-Eh, tranquila -se apresuró Hela a intentar persuadirla, procurando ella misma mantener la calma-, yo acabo de despertarme en este lugar.

-No me toques las narices, zorra, hace un momento estaba aquí y no te he visto.

Hela se apoyó en la caja del panel de control que se encontraba en el centro de la sala junto a ella -había muchos más adosados al fuselaje, sobre todo en los laterales y en lo que parecía ser el morro de la nave- y se puso en pie:

-En ese caso deberías estar más alerta –dijo-, especialmente si vas a llevar una de ésas.

Su seguridad al replicarla pareció hacer que la extraña se relajara un poco:

-¿Quién eres? ¿Por qué estoy aquí? -inquirió, no obstante, dando una sacudida con el arma hacia ella.

-Me llamo Hela -respondió ella con las palmas de la mano hacia adelante en señal de sumisión-. Y ni siquiera recuerdo cómo he llegado aquí, así que estoy segura de que no sé más que tú.

-Eso lo dudo bastante -repuso la otra mujer. Tras estudiar a Hela un momento, continuó hablando con una actitud menos inquisitiva-. Llevo cinco minutos despierta y ni siquiera recuerdo quién soy.

-¿Cinco minutos? -replicó ella, mirando el rifle-. Pues te has dado prisa en “equiparte”... ¿De dónde has sacado a tu amiga?

-De por ahí -respondió la mujer, todavía con seca desconfianza-. ¿Cómo sé que no tienes nada que ver con esto?

-¿Crees que si tuviese algo que ver con esto habría dejado a la vieja Ripley pasearse amnésica por la misma área que yo y con armas a su alcance? Chica, de ser así yo llevaría una más grande que la tuya colgada de mi hombro, te lo aseguro.

Aquello hizo gruñir a la desconocida con aires de veterana de guerra, aunque su argumento pareció convencerla, ya que finalmente bajó su fusil:

-Me llamo Hannah -se presentó ofreciéndole la mano.

-También con “h”, ya tenemos algo en común -observó Hela sin mucho afán cómico, al tiempo que extendía la suya para estrechársela con una única y recia sacudida-. Eso y la pérdida total de memoria, claro.

-¿Tú tampoco recuerdas nada?

-Salvo mi nombre y que nunca había tenido una laguna de memoria tan aguda al salir el hipersueño, no.

-Esto no te lo causa el hipersueño -replicó su acompañante, secundando el parecer interno de Hela-. No podría causártelo ni aunque te metieses en la cámara con una botella de whiskey entera encima.

-En eso estamos de acuerdo –asintió Hela-. Oye, ¿hay más armas cerca? Otra cosa de la que estoy segura es de que me sentiría más cómoda con una de ésas.

La vieja negó con la cabeza:

-No, pero da lo mismo. De todas formas esta chatarra tampoco tiene munición.

-Vaya –se lamentó Hela-, resultaba convincente. Dime, ¿has descubierto algo de la nave?

-Ni siquiera sé si estamos en una nave. Todavía no he descubierto ningún portillo al exterior y los paneles no están operativos. De todos modos, esto... -vaciló un momento, mirando por encima del hombro de Hela- esto no parece una nave normal.

Ella se dio la vuelta: al fondo de la sala, en el extremo opuesto de lo que le había parecido el morro de la nave, observó por primera vez una amplia pared con un par de accesos a distintas alturas, al más elevado de los cuales se accedía a través de una extravagante escalinata doble que nacía a cada lado del casco y se unía al llegar arriba. Ambas salidas -o entradas- estaban tapadas por una especie de cortinas o telones verdes, y sobre la superior había, fijado en la pared de metal, un logotipo: una gran sigma mayúscula.

-Parece el hall de un hotel o de un teatro -especuló Hela.

-Pero no hay más accesos que esos dos, lo he comprobado -le contravino la vieja Hannah-. Así que esto no puede ser un recibidor. Parece un puñetero decorado; me pone nerviosa.

-¿Has visto qué hay al otro lado de las cortinas?

Hannah gruñó afirmativamente, casi como reacia a aquella pregunta:

-Echa un vistazo tú misma. No tengo pensado avanzar de todas formas hasta estar segura de haber registrado esta sala por completo.

Hela se separó de su acompañante y caminó un par de decenas de metros hasta encontrarse frente al acceso que se encontraba al nivel del suelo. Entonces descorrió la cortina.

Ante ella se prolongaba un angosto pasillo abovedado cuyas paredes estaban hechas de un extraño metal, tan bruñido que parecía cristal. Dicho metal devolvía reflejos cálidos e iridiscentes que cambiaban constantemente; aunque lo más extraordinario de él era que, a su vez, parecía ser lo que, de algún modo incomprensible, irradiara la luz que mantenía el propio pasadizo iluminado; ya que ésta era permanente y uniforme, y no se advertía por ningún lado otra fuente que la explicara.

Hela se volvió hacia la otra mujer:

-¿Qué coño...?

-Sí, ya lo sé. A mí también me pone los pelos de punta.

-¡Socorro! ¡Socorro, por favor!

Hela volvió a girarse hacia el interior del pasillo, pero enseguida comprendió que aquellos gritos sonaban demasiado amortiguados y debían venir de otro lugar. Al mirar una vez más a Hannah, observó que ésta dirigía la vista hacia arriba, y salió de nuevo a la sala.

-¡Por favor, que alguien me ayude! -gritaba cada vez más cerca la voz desesperada de una mujer, ahora sin duda procedente del segundo acceso, aquél al que se llegaba subiendo la escalinata.

Hela percibió cómo, por instinto, Hannah apuntaba hacia arriba con su fusil. Siguió la dirección del arma como si se tratase de un dedo, y justo entonces intuyó cómo las cortinas verdes del nivel superior se agitaban. Al momento, una nueva desconocida se asomó desde lo alto de la escalera doble.

Tendría unos cuarenta años y el pelo negro hasta los hombros. Su altura no podía adivinarla desde esa perspectiva, aunque sin duda su complexión era ancha.

Al verlas a ellas, exhaló una mezcla entre un gemido y un sollozo:

-¡Por favor, tienen que ayudarme, necesito encontrar... necesito...!

Mientras trataba sofocadamente y sin éxito de acabar una frase con sentido, comenzó a descender las escaleras todo lo rápido de lo que era capaz, con tanta prisa y torpeza que Hela no se sorprendió en absoluto cuando a punto estuvo de trastabillar. Con toda certeza habría terminado su descenso rodando, de no ser porque Hannah se apresuró a subir a su encuentro y la sujetó a tiempo.

-Vamos, venga conmigo -le dijo esta última mientras la agarraba por el hombro y la ayudaba a continuar.

-¡Pero necesito que me ayuden! ¡He perdido… y no sé dónde estoy!

-Bienvenida al club -replicó con sorna desganada Hannah mientras ambas bajaban al nivel de la sala.

La recién llegada, que llevaba el mismo mono azul que ellas dos, se aferraba con fuerza desconsolada a su asistente; quien, tras conducirla junto a la pared de metal, la intentó ayudar a sentarse:

-Vamos, apóyese ahí.

-¡Pero no lo entiende! -exclamó la otra mujer resistiéndose-. ¡Estoy buscando, necesito encontrar... pero no sé dónde...!

-Oiga, como no se calme nadie aquí va a entender una puta mierda de lo que diga –le garantizó con contundencia Hannah-, así que haga el favor de sentarse como le he dicho e intente tranquilizarse o la tranquilizaré yo de un sopapo.

Abatida, la otra mujer se derrumbó en el suelo, casi sollozando.

-Eh, ¿qué es todo ese jaleo? -preguntó casi a continuación una nueva voz, por primera vez masculina-. ¿Qué hago aquí?

Hela se giró. Era un hombre de unos cuarenta y tantos años, grande y bastante fornido, aunque su barriga dejaba entrever que en los últimos tiempos había abandonado su rutina de ejercicio. Su barba y su pelo enmarañado y con entradas estaban salpicados de canas.

-Otro que se materializa de la nada -farfulló Hannah; al percatarse, al igual que ella, de que aparentemente aquel individuo acababa apenas de levantarse del suelo, en un punto de esa misma sala -entre uno de aquellos paneles que parecían de atrezo y un armatoste acoplado a la pared de un par de metros de altura y sin finalidad cierta- donde un momento antes no había habido nadie.

-¿Qué hostias hago aquí? -repitió el individuo-. ¿Me habéis secuestrado?

-¡Por favor...! –suplicaba a su vez la mujer sentada, como si estuviera al borde del delirio.

-No le hemos secuestrado -dijo Hela.

-¿Estoy...? –El hombre se llevó una mano a la frente y de pronto abrió mucho los ojos-. ¿Estoy drogado? Me habéis drogado vosotras, ¿verdad, zorras?

-¡Eh, “zorra” –espetó Hannah volviéndose hacia él-, revisa quién tiene encima el arma antes de abrir la bocaza para ponerte gallito!

El hombre, tras asimilar del todo las implicaciones de aquella advertencia, levantó y sacudió lentamente ambas manos en gesto conciliador:

-Está bien, está bien...

-¡Tengo que encontrarlo! -gritó de nuevo con desesperación la mujer que permanecía histérica en el suelo.

Hannah, haciendo entonces honor a su palabra, le propinó a esta última un fuerte tortazo en la cara:

-¡Eh, qué le he dicho! Míreme. ¡Mí-re-me! Así me gusta. Bien, escuche: vamos a ayudarla. Vamos a ayudarnos todos. Pero primero debemos recopilar entre todos todo lo que sepamos de este lugar para sacar conclusiones y elaborar un plan de actuación.

La otra mujer se limitó a apagar sus gemidos, como si el golpe de Hannah la hubiese fatigado.

-¿Alguien puede decirme qué hostias está pasando? –insistió apremiante único varón de la sala.

-¿No has escuchado lo que acabo de decir, “zorra”? –le replicó Hannah con hastío, sin girarse de nuevo para mirarle.

Hela, en aquel momento, contemplaba la situación casi ajena a ella, como si no estuviera del todo allí. Todo aquello era demasiado surrealista.

-Sabemos lo mismo que usted –se decidió a informarle al hombre al cabo de unos segundos-. Llevamos conscientes en este lugar menos de diez minutos.

-¿Entonces tampoco recordáis nada?

Ella negó con la cabeza:

-Mi nombre es Hela. Hasta ahí llego.

El individuo de la barba suspiró:

-Joder, así que nadie sabe nada de este lugar.

-Te garantizo que vamos a ponerle remedio a eso –aseguró entonces Hannah, todavía acuclillada frente a la tercera mujer.

Su frialdad hizo que el hombre tardara en decidir qué decir a continuación:

-Me llamo Tavos -se presentó finalmente, avanzando hacia Hela y tendiéndole la mano para estrechársela.

Después de que ella correspondiera a aquel gesto, tras unos segundos de silencio, el hombre lanzó a la vieja veterana una mirada expectante.

-¿Ahora nos ponemos protocolarios? -bufó ella sin molestarse en alargarle su mano-. Hannah.

-Mi n-ombre e-es Rose -acertó inesperadamente a decir entonces la mujer en el suelo.

-Rose... -repitió el tal Tavos de un modo que a Hela le resultó intrigante-. Antes has dicho que querías encontrar algo, ¿verdad?

La interpelada asintió de manera vacilante:

-No recuerdo nada, ni siquiera quién soy -afirmó sin apenas fuerzas-. Sólo sé que he perdido algo y que tiene que estar aquí, en algún lado.

-Bien, eso nos aclara mucho las cosas –se mofó Tavos.

-No creo que ponerse sarcástico nos ayude tampoco mucho -le recriminó Hela.

-Perdón. Pero resulta un poco difícil encontrar algo que no sabemos qué es en un lugar del que no sabemos nada.

-Bueno, al menos ya sabemos más que antes -porfió ella.

-Debemos movernos -resolvió Hannah-. Es la única forma de lograr entender algo de esto.

-Primero tenemos que inspeccionar toda la sala por si hay algo por aquí que nos pueda dar alguna información -le contrarió Tavos.

-Ya he inspeccionado todo lo inspeccionable de esta sala y no hay nada –repuso ariscamente la veterana-. Hasta los monitores parecen de juguete.

-De haberla registrado bien no te habría sorprendido tanto el hecho de que me encontrara aquí cuando me desperté -arremetió el hombre.

Hannah le clavó una mirada fría:

-Si no te he visto antes es porque no estabas aquí -aseveró tajante.

-Tiene razón -secundó Hela en un tono más diplomático-, yo tampoco te vi. Lo más probable es que nos hayan...

-Teletransportado -terminó entonces su frase una nueva voz, de nuevo masculina.

Una vez más en la entrada superior Hela vio aparecer una figura, en aquel caso de un hombre de avanzada edad. Era la primera persona blanca con la que se encontraban. Su pelo totalmente canoso era escaso, y su piel se plegaba formando abundantes arrugas en torno a sus rasgos y formaba una papada bajo su cuello. A pesar de ello, era alto y de presencia distinguida; aunque lo más resaltable en él era la impresión amable y plácida de su rostro alargado.

A diferencia de los demás, él no vestía ningún mono azul. Por el contrario, su atavío era anticuado y elegante: una corbata y un chaleco negros sobre una camisa blanca, y un pantalón a juego con las dos primeras prendas.

-Doctor Sigma... -se sorprendió a sí misma Hela nombrándolo.

-Lo reconoces... -murmuró Tavos- y yo también...

-Parece que todos lo reconocemos -confirmó Hannah.

-Ésa es sin duda una feliz coincidencia -dijo el anciano-, ya que yo también os conozco a vosotros. Al menos vagamente.

-¿Qué narices ocurre aquí? -inquirió el otro hombre.

-Oh, esperaba que eso me lo pudierais decir vosotros -respondió él sonriente.

El doctor Sigma hablaba con una tranquilidad casi sedante que parecía impregnársele a Hela con cada palabra.

-¿Qué es esto, una clase de acertijo? -espetó Hannah-. No tengo tiempo para esta clase de gilipolleces, viejo, así que o nos dices lo q...

-Espera, ¿qué acabas de decir? -le interrumpió Tavos.

-¿Qué? -vaciló Hannah.

-“Acertijo”... –repitió el hombre de la barba en un murmullo; y al cabo de unos segundos abrió los ojos como platos-. ¡Claro, ya lo entiendo! –exclamó triunfal-. ¡Mirad alrededor! ¡Nada de esto parece real, es como si estuviéramos en un decorado! –A continuación miró directamente al anciano-. Es un juego, ¿verdad?

-¿Cómo que un juego? -preguntó Hela.

-¿No habéis oído hablar de las escape room? Son una moda en zonas turísticas y de vacaciones. Consisten en quedarse encerrados en un lugar y recabar pistas para lograr salir de él. Éste debe de ser un modo extremo de jugar.

-¿Quieres decir que nos han borrado la memoria temporalmente y nos han dejado aquí metidos para que descubramos cómo escapar? –reformuló ella-. No creo que ésa sea una práctica muy legal.

-Tampoco tenemos recuerdos suficientes para asegurar que no somos el tipo de personas que pagaría por apuntarse a una atracción ilegal -replicó Tavos con mucha confianza en su teoría-. Y sin duda eso es lo único que tiene sentido. –Miró de nuevo hacia el doctor Sigma, inmóvil en lo alto de la escalinata-. Las técnicas de inducción a la amnesia están muy avanzadas hoy día, de modo que pueden elegir con precisión qué recordamos y qué no, e incluso la duración del efecto. ¿Me equivoco, viejo?

El doctor, aunque inalterable en su expresión, tardó unos segundos en responder, como si valorase darle la respuesta:

-No, no lo haces.

Por casi un cuarto de minuto se hizo el silencio.

-Vamos... no me jodas -gruñó Hannah-. ¿De verdad me he apuntado a esta puta mierda? ¡Esto tiene que estar prohibido en media Federación!

-Las crisis que pueden darse en personas amnésicas en un entorno tan extraño... -empezó a plantearse Hela-. Es lo más insensato y delirante que se me ocurre; acceder a participar en algo así.

-Estoy seguro de que alguna vez oí hablar de esto –insistió Tavos-. No les importa la legalidad, se organizan en naves clandestinas en puntos interplanetarios fuera del alcance de las leyes.

-Al menos eso significaría que estoy lo suficientemente forrada para tirar el dinero en algo así… -continuó farfullando Hannah casi para sí.

-Dígame dónde está.

Rose se puso de repente en pie al hablar; su semblante había cambiado radicalmente y la gravedad que dejaba traslucir ahora le hacía parecer dispuesta a todo:

-Usted sabe cosas –insistió, dirigiéndose al anciano-. Sabe lo que pasa aquí y sabe dónde está lo que necesito encontrar. Dígame dónde está.

De nuevo Sigma respondió inmutable tras unos segundos de silencio:

-La solución a vuestro enigma se encuentra en un punto localizable de este lugar. Sólo tenéis que llegar a él.

Las pantallas de los controles que los rodeaban se encendieron a la vez en ese preciso instante. Hela, que había llegado a dar por hecho que no eran funcionales, se aproximó casi con desconfianza a al más cercano.

Lo que mostraba era la imagen de un intrincadísimo mapa con dos puntos parpadeantes; el de menor tamaño de los cuales se encontraba en una sección cuya planta parecía corresponderse con “recibidor” en el que se hallaba el grupo. Sin embargo, poco más de aquello tenía sentido. Aquel plano no guardaba ningún parecido con el de una nave, y a Hela le resultó prácticamente inidentificable por su abarrotada complejidad. Casi le recordó más a una serie de planos corregidos, o quizás superpuestos, que a un único plano real; como si se tratara de la representación de un espacio de varias plantas bosquejadas una encima de otra, sólo que las relaciones espaciales que se suponía que se intentaba plasmar entre ellas eran absurdas e inasumibles, y ni siquiera la escala parecía ser la misma en todos los casos. Era de lo más desconcertante.

La pantalla se apagó tras unos cinco segundos, casi sin que Hela tuviera tiempo siquiera de hacerse una idea aproximada de la ubicación real del punto que brillaba con más intensidad. Lo cierto fue que se sorprendió a sí misma de su capacidad para lograr interpretar algo de aquel plano en tan poco tiempo. Aunque era cierto que no recordaba nada de su vida antes de haberse despertado en aquel lugar, desde luego, tras aquello le quedó bastante claro que aquella habilidad suya en concreto era muy superior a la de una persona común.

-¿Eso ha sido…? –empezó a preguntar Tavos.

-Nuestro objetivo –se aventuró a deducir Hannah.

-¿Aparecía en todas las pantallas el mismo mapa? –quiso cerciorarse Hela.

-Eso creo. Lo que me pregunto es qué teme nuestro amigo que encontremos si vemos el mapa con más detenim… –La expresión en el rostro de Hannah, quien entonces se había vuelto hacia la escalinata, se vio alterada súbitamente al tiempo que dejaba sin acabar la frase-. ¡Eh, dónde va!

Hela no necesitó volverse para comprender que el doctor Sigma se disponía a retirarse a través de la salida superior.

-¡Detenlo! –gritó Tavos, aunque la vieja ya había empezado a correr antes de que él hablara.

-Por ahora no es necesario que dispongáis de más información de la que disponéis –dijo Sigma, cuya voz resonó ahora a través de un sistema de megafonía que se escuchaba en toda la sala-. Tranquilos, todo está bien. Sencillamente procurad llegar a tiempo.

-¿A tiempo? –preguntó Hela en alto-. ¿A tiempo para qué?

Aunque Hannah ya había alcanzado para entonces la planta de arriba, por algún motivo, a Hela no le cupo la menor duda de que, al descorrer el telón, la veterana no encontraría al doctor.

-Mierda… -masculló Hannah.

-¿Está ahí? –preguntó Tavos.

La vieja ni siquiera se molestó en responderle; simplemente comenzó a bajar de nuevo las escaleras.

-Bueno, pues está claro, ¿no? –dijo el hombre-. Tenemos que ponernos en marcha.

-No nos queda otra –rezongó Hannah-. Usted –llamó a Rose-, ¿se encuentra ya mejor?

La otra mujer asintió con decisión:

-Tenemos que llegar a lo que necesito encontrar cuanto antes.

Hannah soltó un gruñido sarcástico:

-Vaya, cuánta devoción por una causa. Bien, ¿alguien sabe qué salida nos viene mejor para llegar? ¿Hela?

Hela dio un respingo, pues no esperaba que Hannah le interpelara directamente a ella.

-Creo… -vaciló un momento- creo que la de arriba. Aunque no estoy segura.

La vieja asintió:

-Es lo mejor que tenemos, así que me vale –determinó-. Bien, movámonos entonces, a ver si con suerte acabamos con esto pronto.

Mientras todos acataban su orden y comenzaban a ascender los escalones, Hela se adelantó disimuladamente hasta llegar a su altura:

-¿Crees que estará realmente en condiciones? –murmuró, refiriéndose a Rose.

-Se repondrá –afirmó Hannah sin parecer en absoluto preocupada-. No es como si hubiera terminado de correr una maratón. Sólo estaba exhausta por el shock. Tampoco la culpo.

En ese momento descorrió el telón verde y otro pasillo similar al de la planta baja apareció ante ellas, provocándole en Hela la misma inquietante impresión.

-¿Pero qué cojones…? –exclamó a Tavos justo detrás de ella.

-Eso mismo dije yo –reconoció Hannah con una nota de desagrado.

Tras esto, se adentraron en la extraña galería y comenzaron a recorrerla con paso receloso.

La verdad fue que, al cabo de un rato, Hela no habría sido capaz de decir con seguridad cuánto tiempo llevaban ya haciéndolo. Algo parecía embotar su mente de forma que la volvía -creía- inusualmente incapaz de hacer una estimación al respecto. Quizás fuera debido a la opresiva sensación que el pasadizo le producía, o a su cada vez más extraño comportamiento; su bóveda y sus paredes, paulatinamente, habían pasado de alternar sus colores de manera fluida y caótica a crear patrones complejos y caleidoscópicos. Además, el propio metal del que estaban hechas, ya no sólo sus tonalidades, había empezado también a cambiar de forma, como si hubiese adquirido de pronto una consistencia mutable: creando caprichosamente arcadas y otros relieves geométricos que se extendían a lo largo de las sucesivas secciones de aquel túnel.

Ninguno de ellos se atrevió en ningún momento a alargar su mano para tocar las paredes del pasillo. Había una especie de intuición compartida, aunque de manera tácita; de algún modo, todos sabían que el temor de cada uno de ellos superaba a su fascinación, pero nadie se atrevía a decir nada al respecto, lo que hacía que la situación se volviese más tensa; pues no era algo natural que el temor superase en tanto a la fascinación, y esta certeza también pesaba sobre ellos.

-Joder, estos tíos sí que tienen medios –comentó Tavos en algún momento, en un burdo intento por llenar el silencio para hacerlo más llevadero-. Es alucinante…

-¡Me da escalofríos! –reconoció Rose con actitud dramática-. Por todos los Santos, esto es como en las películas en las que un grupo de desconocidos se juntan y empiezan a morir…

-Señora, cállese –le instó Hannah desde la vanguardia del grupo sin contemplaciones.

-Sin embargo, no estaría de más saber qué diablos hacemos realmente aquí –consideró Hela.

-Ya os he dicho que no es más que un juego, un acertijo que tenemos que resolver –afirmó Tavos con una seguridad en sí mismo que a Hela le resultaba repelente.

En el poco tiempo que hacía que conocía a aquel individuo, se había formado de él una opinión nada positiva. Tavos parecía el tipo de persona que siempre tenía la necesidad de demostrar que dominaba la situación incluso por encima de cualquiera de los presentes; y este tipo de persona casi siempre terminaba por resultarle verdaderamente irritante en un plazo muy corto.

-Esto no se parece en nada a una escape room –le contravino-. Sólo se nos ha dicho que hay que llegar a un punto, y ni siquiera sabemos cuál es la naturaleza de ese punto; no tiene por qué ser una salida. Además, un juego así tendría pistas para resolver. A nosotros sólo se nos ha enseñado durante unos segundos un plano que ni siquiera estoy segura ya de que sea de este lugar. Ningún pasadizo era tan largo en él. –Hizo una pausa y bajó la cabeza sintiendo una punzada de culpabilidad-. O quizás no lo interpreté bien…

-De cualquier modo, tienes razón –intervino Hannah-. Llevamos un buen rato caminando y ni siquiera he notado que haya variado un poco nuestra dirección, ni nos hemos topado con una sola puerta o acceso a los lados. Es absurdo, es como si todo este pasillo no tuviera ningún otro propósito que el de prolongarse sin sentido. Tan sólo avanzamos sin alternativa alguna ni destino conocido, como vacas que desfilan sin saberlo por el matadero.

-Bueno –repuso Tavos-, será así sólo al principio. O quizás eso sea precisamente parte del acertijo, o estemos pasando por alto alguna pista. –Detuvo el paso y miró a su alrededor-. Por ejemplo, los colores del pasillo –propuso-. ¿Y si son la clave? Pensadlo, ni siquiera sabemos de qué coño está hecho.

Al mismo tiempo que acababa la última frase alargó la mano hacia la pared.

-¡Para! –exclamó Rose exaltada.

Tavos, sorprendido e incómodo tras su reacción, le hizo caso y se contuvo; algo que Hela, aunque no dio muestras de ello, agradeció interiormente.

¿Qué era lo que había en la posibilidad de interactuar demasiado con aquel entorno que les causaba tanto pánico? Era evidente que aquella nave resultaba escalofriante; pero, más allá de eso, parecía que parte de su miedo radicara en un mecanismo primario de su subconsciente, que allí dentro permanecía todo el tiempo alerta, como si su instinto supiese algo que ellos no.

-Lo que quiero decir –continuó Tavos, echando tierra sobre aquel último momento- es que seguramente no estamos enfocando bien las cosas. Seguro que el mapa ni siquiera era un mapa como tal, sino una pieza más del puzle con otro significado. –Hizo un ademán condescendiente-. ¿Se os había ocurrido eso? ¿Eh?

Hela torció el gesto. Le molestaba que aquel hombre pudiera llevar razón; pero o bien aquel plano tenía sus escalas encriptadas, o bien no se correspondía con lo que llevaban explorado de la nave.

-Está más que claro –insistió él-. Hasta el viejo me dio la razón.

-No me fío del viejo –dijo Hannah.

-Pero tiene que ser así, por eso recuerdo todo lo de las organizaciones clandestinas relacionadas con este tipo de juegos. Estoy seguro de que dejaron que conservara esa información en mi mente como una pista. Sólo tenemos que enfocarlo de otro modo para encontrar la salida de este pasillo y estar un paso más cerca de la meta final.

-Si estás más tranquilo dando por sentada tu teoría, me parece estupendo; pero te aseguro que no vamos a detener la marcha para que te dediques a buscar códigos o mensajes secretos en los colores de las paredes –le advirtió Hannah.

-¡Ahhhhhh! ¡Ahhhh!

Hela se dio la vuelta a tiempo para ver cómo Rose se derrumbaba de pronto en el suelo, apoyando su espalda sin ningún reparo en una de las paredes iridiscentes y con las manos sobre la cabeza, como súbitamente asaltada por un intenso dolor. Rápidamente echó a correr y se acuclilló frente a ella para socorrerla.

-¡Ahhh, Dios mío, haced que pare! –gritaba Rose con una mueca terrible en su rostro.

-¿Y ahora qué coño le pasa? –rezongó Tavos.

-¿Qué pare el qué, Rose? –le preguntó Hela confusa-. ¿Qué es lo que ocurre?

-¡El grito! ¡Oh, por favor, haced que pare!

-¿Qué grito? –insistió ella impotente.

Ése grito! ¡Ahhh, Dios Santo! ¿Es que no lo veis?

-¿Verlo? –preguntó Tavos- ¿Qué coño dice? ¿Cómo vamos a ver un grito? Esta mujer está como una puta cabra…

-¿Quieres hacer el favor de callarte? –le increpó Hela hastiada, su voz casi ahogada por los alaridos de Rose. A continuación apoyó ambas manos sobre la sien de la otra mujer-. Rose, ¿a qué te refieres? ¿Qué es lo que tenemos que ver?

-¡El grito, el grito! ¡Está ahí mismo! –dijo, alargando su mano hacia la sección del pasillo por la que habían venido, aunque apretaba los párpados con fuerza, como si evitara mirar adonde señalaba.

Hela se volvió hacia ese punto, tan sólo para comprobar que no había nada allí. A continuación dirigió una mirada a Hannah, en ese momento a apenas dos pasos de distancia; ésta se limitó a fruncir el ceño y negar con la cabeza, admitiendo de esa forma sucinta que tampoco sabía cómo resolver aquella situación.

Entonces, poco a poco, los gritos de Rose se apagaron hasta quedar al fin reducidos a sollozos; como si su dolor hubiese desaparecido y ya sólo quedase el recuerdo del trance.

Permanecieron todos en silencio durante casi un minuto, hasta que Hannah se aventuró a romperlo para volver a preguntar, con su acostumbrada rudeza:

-¿Qué ha pasado?

-Ese grito… juro que estaba ahí.

-¡No pudiste ver un grito! –exclamó Tavos exasperado.

-¡Pues lo vi! –le contravino Rose con vehemencia, abriendo por fin los ojos para clavárselos-. Pude verlo, sentir cómo quemaba y hasta olerlo. ¡Y estoy segura de que habría sido capaz de saborearlo de haberse acercado más!

-No estás bien de la cabeza… –bufó el hombre.

Hela, ya de nuevo en pie, se acercó a Hannah mientras los otros dos se enzarzaban en una discusión:

-¿Qué opinas? –le preguntó en voz baja.

-Sinestesia debido a haberse visto expuesta a un estrés extremo, quizás. O tal vez su amnesia inducida está teniendo efectos secundarios.

-Tal vez esté intentando reflotar algún recuerdo –propuso Hela.

-O bloquearlo. No lo sé, pero no me gusta un pelo. ¡Eh, vosotros dos! –se dirigió a continuación con voz apremiante a Tavos y a Rose-. Se acabó la hora de la merienda. Tenemos un paseo por acabar.

-Yo… yo no puedo –balbució con esfuerzo Rose-. No quiero… no quiero seguir…

Hannah se inclinó frente a ella:

-Ninguno queremos seguir en este lugar. Precisamente por eso ya estás moviendo el culo para acabar con esto cuanto antes.

Pero Rose se limitaba a sacudir hacia los lados la cabeza y a balbucir una negativa casi para sí misma con semblante compungido.

-Oye, creía que había algo que querías encontrar. –Le recordó Hannah. Hizo una pausa; Rose había dejado de negar-. Pues no lo encontrarás aquí ni tampoco aguantarás cinco minutos sola en este lugar. Así que o vienes con nosotros o jamás lograrás dar con tu preciada pertenencia.

Su voz sonaba tan tajante que Hela pensaba que, si finalmente Rose se resistía una vez más a acompañarlos, Hannah no tendría ningún reparo en dejarla atrás.

No ocurrió así: aunque respirando con fuerza para hacer acopio de energías, como si fuera a duras penas capaz de afrontar la situación, Rose se puso en pie. Al hacerlo, Hela vio aflicción en su rostro, pero también una férrea resolución. Estaba claro que, fuese lo que fuese lo que sentía que quería conseguir, lo anhelaba lo suficiente como para agotar todo su aplomo, incluso aun no siendo mentalmente capaz de sobreponerse al pánico.

-Muy bien –zanjó Hannah sin aguardar una confirmación verbal-. Continuemos.

 

*   *    *   *

 

 

 

Pasó más de una hora sin que nada cambiara. Aquel angustioso pasillo continuaba llevándolos siempre en la misma dirección, acaso desviándose en ocasiones ligeramente a un lado o a otro; sin revelarles su destino ni dejar de transformarse a su antojo a cada paso que daban. Aquel delirio de colores, aquellas paredes que a veces resultaban inasumibles en el plano material… la atmósfera, en conjunto, era tan irreal, tan desquiciante, que cada vez era más constante la sensación de que aquel lugar no estaba haciendo sino engullirlos poco a poco.

Finalmente, sin embargo, algo diferente ocurrió. Tavos, para contrariedad de Hela, fue el primero en darse cuenta:

-¡Mirad, ahí! –gritó, señalando al fondo del pasillo.

-Hay algo distinto –comprendió Hela mientras escrutaba aquel punto en el que los colores eran más apagados y no cambiaban, como si el área fuese diferente, más… cierta.

-¿Qué es? –preguntó Tavos.

-Hemos… –empezó a murmurar Rose vacilante- hemos… ¡llegado! ¡Hemos llegado al final, alabado sea Dios!

-¡Eh, detente!

Eufórica, Rose echó a correr ignorando la orden de Hannah y adelantándose al grupo.

No fue hasta que llegó a aquella parte del pasillo cuando se detuvo bruscamente, como si algo en su actitud hubiese cambiado de golpe. Los demás aceleraron el paso para reunirse con ella.

-Qué demonios… -dejó escapar Hela en un suspiro mientras trataba de asimilar la imagen que se había abierto ahora ante sus ojos.

Lo primero fue comprender que el espacio había cambiado tras cruzar un nuevo acceso: ahora se encontraban en una galería de la misma altura que el pasillo precedente, pero abierta en uno de sus  lados, de modo que desde ella se podía ver una suerte de patio cerrado, una planta por debajo. Una décima de segundo después, su atención se desvió hacia los sacos de boxeo de colores que colgaban del techo de la galería frente a ellos, a unos pocos metros de Rose. Finalmente, reparó en las bolas.

Eran bolas también de múltiples colores -metálicos en este caso- que, como la pared del pasadizo por el que habían venido –la de ahora era corriente, con la misma capa de pintura dorada que la de la sala en la que Hela había despertado-, parecían desprender luz propia. Millares de aquellas pelotas inundaban la planta baja de aquel claustro sin que fuese posible ver el fondo, convirtiéndolo en una especie de…

-¿Es una piscina de bolas…? –preguntó Hela, tratando todavía de asumir aquella estampa.

Se asomó aún más al patio, acercándose a la redecilla de luz dorada que parecía sustituir a una baranda normal en su propósito de prevenir caídas; mientras notaba bajo sus pies la misma elasticidad que la de una colchoneta, a pesar de que el suelo no daba la impresión tener esa consistencia.

-Es… -intentó decir Hannah.

-… un puñetero parque infantil –concluyó Tavos.

Lo era; y a la vez, sin ninguna duda, era algo completamente diferente. Hela fijó su atención por primera vez en los toboganes iridiscentes que descendían desde distintos puntos de la planta alta hasta la piscina de bolas inferior: aquello tenía todos los ingredientes, todas las atracciones de un clásico parque infantil de principios de milenio. Y, sin embargo, todo aquello seguía siendo forzado; como si aquel sitio tratase de camuflar su verdadera naturaleza, disfrazándose de una representación perfecta del entorno más inocuo e idílico posible.

“Un lugar que se camufla a sí mismo”… la idea le produjo un escalofrío. Hasta entonces, aunque de alguna manera había sentido esa voluntad invisible que les rodeaba, aquella sombra de sospecha no había llegado a tomar una forma concreta en su mente, menos aún con un contorno tan siniestro. ¿Y si todo aquel sitio estaba jugando con ellos?

-Bueno, ahí lo tenéis –dijo Tavos en tono triunfal-. Ahora es evidente, ¿no? ¿En qué otro contexto que no fuera un juego de escape tendría sentido encontrarse con un escenario como éste? A no ser que conozcáis parques de bolas de esta clase, gigantes y con proporciones pensadas para adultos…

-¿De verdad sigues pensando que esto es una aventura extrema para ricos excéntricos? –preguntó Hannah incrédula-. Si eso fuera así, habrían parado cuando a ésa –dio un respingo señalando a Rose con la barbilla- le dio su ataque de pánico. Ni siquiera los organizadores de eventos clandestinos están dispuestos a sacrificar a un cliente millonario, y menos cuando la va a palmar en su atracción. Además, esto nunca ha sido estimulante. Sólo claustrofóbico.

-¡Es sólo porque nos estamos empecinando en agobiarnos! –clamó Tavos-. ¡Tenéis que verlo como yo lo veo; os digo que la siguiente pista tiene que estar en este lugar!

Hela se abstrajo de la discusión, incapaz de encontrarle sentido. Entonces, al otear de nuevo al patio a través de la red de luz, reparó en algo que hasta ese momento le había pasado desapercibido:

-¡Mirad ahí! –exclamó a los demás, que de inmediato se asomaron también.

-¿Qu…? –vaciló Tavos- espera, ¿es una persona?

Efectivamente, en un punto relativamente central de la piscina, entre las bolas, emergían estáticos los dos hombros y la cabeza de un hombre, dándoles la espalda.

-No se mueve un ápice. ¿Está vivo?

-Joder, ¿cómo voy a saberlo? –replicó Hela, a quien la actitud de Tavos le resultaba cada vez más exasperante.

-Eh, tranquila…

-¡Eh, tú! –gritó Hannah hacia el individuo, que no reaccionó de ninguna manera-. ¡Oye!

-Está muerto –afirmó Tavos.

-Quizá no nos oye –propuso Rose tímidamente.

-¿Cómo no va a oírnos? –repuso Tavos-. Nos separa de él una red, no una pared de hormigón.

-Una red de luz –incidió Rose-. No sé, nada de aquí parece funcionar como uno lo esperaría.

Hannah gruñó:

-Si no nos oye, habrá que hacer que nos vea.

Les hizo una señal para que le siguieran y todos juntos rodearon parte del claustro hacia la galería opuesta. No hizo falta que llegaran: el individuo, un joven blanco de pelo oscuro, les atisbó de reojo en cuanto alcanzaron su campo de visión y volvió la cabeza hacia ellos. Al instante, comenzó a emitir gemidos contenidos; en los que, sin embargo, se averiguaba fácilmente una nota de desesperación.

-¿Chico, estás bien? –preguntó Tavos-. ¡Eh, chico!

-A-yuda… -dijo él remarcando lentamente cada sílaba, aunque con una extraña proyección de la voz.

-¿Qué le pasa, es imbécil? –preguntó Tavos.

-Es sordo –le espetó Hela-. Por eso no se dio cuenta de que le hablábamos hasta que nos vio.

-No puede moverse –afirmó Hannah.

-¿Cómo?

-Está atrapado ahí dentro. Seguramente la piscina no tiene fondo, o esas bolas son menos inofensivas de lo que parece. No se mueve porque tiene miedo de hundirse. De algún modo ha acabado ahí metido y no puede salir por sí mismo.

-Tenemos que ayudarlo –aseveró Hela casi en una exclamación.

Apuradamente corrió entonces sin previo aviso, dejando a los demás a sus espaldas, hasta la esquina más próxima en la que se conectaban las galerías, y de donde partía uno de los toboganes que desembocaba en la piscina. Sin pensárselo siquiera se deslizó por él, procurando frenar en su último tramo para quedarse sentada en el extremo:

-Eh, mírame –dijo, tratando de mover sus labios claramente para que le fuera más fácil leerlos-. Te voy a ayudar. ¿Puedes acercarte hasta aquí?

El joven, de ojos castaños, rasgos atractivos y una edad parecida a la suya –unos veinte años-, negó con la cabeza de una forma casi infantil. Inmediatamente después, Hela percibió cómo tras ese ínfimo movimiento una pequeña porción de él se hundía un poco más entre las bolas.

-Mierda…

Lentamente, a continuación, ella misma se dispuso a introducirse en la piscina; ya en cuanto metió los pies dentro, se dio cuenta de que algo extraño sucedía al contacto con las pelotas, algo que hacía que su cuerpo se viese atraído por el fondo como debido a una especie de succión que se avivaba con el más leve movimiento.

Con movimientos cautelosos, poco a poco, consiguió entrar sin hundirse y apurar toda la distancia que podía haber entre sus dos brazos extendidos, sin dejar de agarrar con una de sus manos el extremo del tobogán.

-Vamos, acércate ahora –le dijo al chico alargándole la mano.

Éste volvió a negar con la cabeza, muy despacio, de forma que esta vez no se hundió más.

-Sólo tienes que llegar hasta aquí, da igual que te hundas, yo te sacaré.

Aún había unos metros entre ellos, pero Hela confiaba en que podría salvarlo. Aun así, entendía que él se negara: a fin de cuentas, era su vida la que estaba en juego.

-Me soltaré si hace falta para alcanzarte, pero te sacaré de ahí -prometió.

-Vamos, te echaré una mano –dijo la voz de Hannah tras ella.

Hela volvió la cabeza y descubrió que la veterana se encontraba al final del tobogán, justo a su espalda:

-Dame la mano –la instó.

Al obedecer la orden de Hannah, ésta se metió también en la piscina, y juntas improvisaron una cadena humana. Hela “nadó” hacia el joven con cuidado, tratando de no hundirse del todo antes de acercarse lo necesario.

-Hasta aquí puedo alargarme –le informó Hannah en un momento dado.

-Tranquila, no hace falta más –le aseguró Hela, dirigiéndose después al joven, a quien ya tenía suficientemente cerca-. Vamos, agarra mi mano.

Éste alargó la suya y Hela se la cogió sin problemas.

Sin embargo, de repente, el chico tiró de su muñeca para impulsarse y llegar hasta ella, abrazándola de forma ansiosa; al hacerlo, ambos se hundieron rápidamente bajo las bolas.

-¿Qué cojones…? –oyó exclamar a Hannah, que con rapidez tiró de ella con fuerza.

Solamente cuando los tres alcanzaron el tobogán y lo remontaron hasta alcanzar la galería superior, Hela pudo desmoronarse apoyada en la pared y respirar más tranquila.

-Chico, la próxima vez que intenten rescatarte, procura, aunque sea por educación, no propiciar tu muerte y la de tus rescatadores de un solo movimiento -oyó cómo empezaba a sermonearle Hannah, la única que parecía haberse recompuesto del todo tras el sobresalto.

Ella apenas la escuchaba, de pronto absorta en el joven que se apoyaba en la pared opuesta. Éste, vestido con el mismo mono azul que ellos, bajaba la cabeza y se mostraba arrepentido, en una actitud que le hacía parecer casi un mero adolescente; sin embargo, Hela se dio cuenta de que no dejaba de mirarla intermitentemente.

Por paradójico y extraño que fuese, lejos de perturbarla, aquello le resultaba incluso sosegador.

-Hannah, ya está –trató de zanjar ella cuando logró liberarse de toda la tensión acumulada-. Tan sólo estaba asustado. Ahora que lo hemos rescatado, volvamos a centrarnos en salir de aquí.

-Yo no estoy tan de acuerdo –objetó en ese momento Tavos-. Muy peculiar ha sido la entrada en escena del muchacho como para tomarla por fortuita.

-¿Qué insinúas, que es un actor? –le preguntó Hannah con una nota de sorna.

-Insinúo que es una pista. Es la primera vez que pasa algo desde que estamos aquí aparte de los ataques de histerismo de nuestra amiga –sacudió la cabeza hacia Rose-. Está claro que forma parte del espectáculo. Puede que ni siquiera sea sordo de verdad –Entonces se inclinó sobre el joven-. ¿A que tengo razón, chaval?

Hela se puso en pie casi de inmediato:

-¡Déjale en paz! –protestó- ¿No ves por lo que acaba de pasar?

-Está bien, está bien… como veáis. Si os queréis tragar su milonga, dejaré al “pobrecillo” tranquilo. Vosotras veréis. Pero a partir de aquí, a mí ya no se me ocurre cómo encontrar la clave de todo eso.

-Todavía tenemos un objetivo –le recordó Hela.

-¡Ah, sí, el puntito en el mapa! –se burló Tavos-. Del mapa que tú misma dijiste que no se correspondía con este sitio.

-Puede que me equivocara –admitió ella-. Quizás la escala estaba hecha para desorientar, pero sí recuerdo que al final del pasillo que elegí había una sección que podría coincidir con este lugar. Creo recordar unas pequeñas marcas, unas líneas que podrían representar los toboganes.

-“Creo recordar”, “podrían”…

-¡Oye, hago lo que puedo!

-¡Me gustaría poder decir lo mismo, pero si no me dejas que interrogue al muchacho…!

-¿Recuerdas cómo has acabado aquí, chico? –preguntó entonces abruptamente Hannah al joven, inclinándose al hacerlo hacia él y mirándolo con los ojos muy abiertos para apremiarle a que le respondiera.

Él negó con la cabeza.

-Bien, ya está, éste está igual que nosotros; a tomar por culo –concluyó la veterana-. Ahora –continuó dirigiéndose a Hela- sugiero que hagas un esfuerzo e intentes recordar por dónde deberíamos continuar según ese dichoso mapa.

Hela asintió:

-Es por el pasillo de allí –dijo, señalando el que se abría justo enfrente del que habían utilizado para llegar al claustro, al otro extremo de la galería.

-Pues andando. Estoy ya bastante hasta las narices de todo esto.

Mientras tanto, Hela ayudó al joven a levantarse; éste, en silencio, permaneció a partir de ese momento agarrado a su hombro, sin que ello la importunara.

-¿Hacemos apuestas a ver qué es lo siguiente que nos encontramos? –se aventuró a bromear Tavos.  

 

 

                      *    *    *    *

 

 

-Vale, jamás hubiera llegado a apostar por esto –reconoció Tavos.

-Joder… pero ¿dónde coño estamos? –se preguntó Hannah exhalando las palabras.

-Desde luego, ha quedado claro que no en una nave –afirmó Hela.

-Dios mío, ayúdanos… -sollozó Rose.

Apenas habían avanzado diez minutos por aquel segundo pasillo –que no era de colores cambiantes como el primero, sino del mismo color dorado chillón que la sala en la que Hela y la mayoría del grupo habían aparecido- cuando llegaron a una especie de mirador acristalado. Aquélla era literalmente la primera ventana al exterior con la que se encontraban desde que estaban allí, y ninguno de ellos estaba preparado para el impacto que su panorámica les causó.

Se trataba de una enorme ciudad; una auténtica metrópoli, cuyos resplandecientes rascacielos de cristal devolvían la anaranjada luz de un atardecer. Al menos, la vista inspiraba cierta placidez tras horas encerrados en aquel lugar sin sentido; sin embargo, más allá de eso, el nuevo hallazgo creaba aún más dudas de las que resolvía; y, por alguna razón, a Hela le había puesto incluso más alerta.

“No tiene sentido. ¿Por qué estoy más intranquila que antes, cuando debería ser al revés? Ahora ya sabemos que no estamos encerrados en una nave, perdidos en la nada. Sólo tenemos que salir de aquí y todo habrá acabado”.

Pero había algo que no estaba bien. Quizás fuera el hecho de que, vista desde allí, la ciudad no parecía albergar actividad alguna, como si estuviese desierta. O tal vez fuera otra cosa. Hela miró al joven que se hallaba a su lado: su expresión desde que dejaron atrás la piscina de bolas había sido invariablemente la de alguien preocupado, casi como atormentado por algo. Sin embargo, él seguía rehusando comunicarse con ellos, a pesar de que a Hela no le cabía duda de que hubiese sido capaz de hacerlo.

En ese momento sintió que los ojos de Hannah buscaban los suyos y, al devolverle la mirada, ambas comprendieron que compartían el mismo recelo. Y fue como si, al ver esa preocupación también reflejada en los ojos de la veterana, de pronto Hela pudiera por fin descifrar su sentido: la sensación que le provocaba aquella ciudad era la misma que le había provocado poco antes el parque infantil; una sensación de simulación, de falsedad. Recordó el plano inicial en el monitor y cómo se volvía mucho más complejo a partir de cierta sección. “Como si dejara de representar un recinto cerrado: como si pasase a representar un lugar abierto, un lugar que bien podía ser una ciudad”.

A partir de ese momento, no le cupo duda alguna: aquella metrópoli, después de todo, seguía formando parte de la jaula en la que estaban encerrados; una jaula mucho más grande de lo que ninguno de ellos había podido llegar a imaginar.

-Esto no puede ser un juego –afirmó Hela, dando por hecho que todos habían llegado ya a su misma conclusión-. Nadie derrocharía tantos recursos en convertir toda una ciudad en un juego de escape.

-Joder... –murmuró Tavos.

-¿Qué estamos haciendo aquí? –preguntó ella-. ¿Cuál es el sentido de todo esto?

-Señor, protégenos… -rogó Rose.

-… joder, joder... ¡JODER!

-¡Eh! ¡Calmaos, coño! –ordenó Hannah, aunque también se la notaba alterada-. Vamos a poner nuestras ideas en orden para ver si conseguimos descifrar de una puñetera vez algo de todo esto. ¿Seguro que ninguno recuerda nada específico antes de la teletransportación?

-¡Ya te hemos dicho que no, hostia! –clamó Tavos, a quien la ansiedad parecía estar a punto de sacarle de sí.

-Eh, relájate, “zorra” –le advirtió la veterana apuntándolo con el dedo.

-No nos teletransportaron a este lugar –aseveró de pronto Rose.

Hannah se volvió hacia ella:

-¿Cómo?

-No fuimos teletransportados a este lugar –insistió Rose con la misma seguridad.

-¿Por qué lo sabes?

-¿Y por qué hay tantas cosas que sabes? –inquirió Tavos con una nota acusadora.

-Vaya, ¿a “Don juegos clandestinos” le preocupa ahora la persistencia de la memoria en las mentes ajenas? –intervino Hela, incapaz de reprimir sus ganas de encararse con aquel hombre y sus ínfulas de juez.

-Sé que no habría accedido a usar la teletransportación –aseguró Rose respondiendo únicamente a la pregunta a Hannah e ignorando el resto de la discusión.

Tras su declaración, hubo un momento de silencio.

-¡Ogh, lo que faltaba! –bufó al fin Tavos-. ¡A todos los tripulantes: tenemos a una religiosa a bordo! Fantástico, ahora tendremos que aguantar sus chorradas.

-Descomponer y recomponer la materia de tu cuerpo implica que tu ser original y con ello tu alma mueren en primer lugar –sermoneó Rose a Tavos con gesto muy serio-. El alma no se puede replicar.

-Estupendo, señora, pero no se sulfure –replicó Tavos jocosamente-. Conocemos de sobra sus argumentos. Los meapilas como usted se empeñan en darnos la brasa una y otra vez a los demás con el mismo discurso de siempre a través de todos los medios posibles.

-En serio, ahora mismo no tengo tiempo para aguantar estas mierdas –farfulló Hannah hastiada, llevándose dos dedos al puente de la nariz y haciendo presión con ellos-. De todas formas, ahora que sabemos que no estamos dentro de una nave, las alternativas a la teletransportación no son absurdas.

-Pero el Doctor Sigma dijo que habíamos sido teletransportados –recordó Hela.

-¡Al diablo con el Doctor Sigma! –espetó Hannah-. ¿Te crees que por mucho que ese viejo sea lo único que nos es familiar aquí eso lo convierte en alguien de fiar? Puede que incluso ésa sea precisamente la mejor razón para dudar de él.

-Vaya, no sé si éste es el mejor momento… -intervino justo entonces aquella voz plácida…

Todos ellos se dieron la vuelta: en un balcón interior que Hela no recordaba que antes hubiera estado dentro de aquella estancia, un balcón esta vez inaccesible, el doctor les observaba con aquella expresión gentil que, por extraño que pareciese, incluso en aquellas circunstancias parecía inducir un estado de calma.

-Muy bien, ahora ya nos está contando la verdad, Doctor –le exigió Tavos.

-No os preocupéis –instó Sigma casi como si recitase un mantra-: todo está bien.

-¡Y una mierda “bien”! –escupió Hannah furiosamente-. ¡Lo único que hizo durante nuestro anterior encuentro fue darnos la razón como los tontos con cada una de las estupideces que se nos ocurrieron! –Le apuntó con el fusil, aunque agarrándolo con una mano, tan sólo para señalarlo-. Más le vale decirnos la verdad esta vez.

En realidad, si Hela lo pensaba, lo que decía Hannah era cierto. En su primera aparición, Sigma se había limitado a confirmar suposiciones que ellos mismos habían hecho sobre cómo habían llegado allí y cuál podía ser el motivo; sin embargo, la información que había dado de manera proactiva era muy poca. ¿Era entonces su palabra confiable?

-Por favor –dijo Sigma-, debéis estar tranquilos. Es preciso que estéis tranquilos. Vuestro objetivo está ya cerca, en la ciudad. Hay un parque, a los pies del edificio más alto… allí debéis ir.

-No daremos un paso más sin que nos expliques todo de una vez –aseguró la veterana, apretando la empuñadura de su rifle.

-Por ahora no es preciso que sepáis más –replicó el doctor Sigma, cuyo semblante continuaba irradiando una impasible serenidad.

Hela, cada vez más embriagada de aquella paz, se volvió, dando la espalda a la tensa discusión, y casi sin querer dejó que su mirada se perdiera por la deslumbrante ciudad que se advertía a través del mirador, vagando entre sus esbeltas moles. Se fijó en la estructura más alta y, de pronto, se imaginó viendo el atardecer mientras ascendía lentamente por ella, desde el interior de un elevador de cristal; cada vez más arriba, sintiendo el cálido Sol en su piel, sonriendo… llevando algo en su mano…

Abrió los ojos de golpe, después de haberse dejado llevar por aquella ensoñación:

-He estado antes aquí –afirmó en voz alta, al mismo tiempo que tomaba consciencia de ello.

-¿Qué? –se sorprendió Tavos.

-¿Estás segura? –preguntó Hannah-. No parece que sea una ciudad real.

-Pues he estado en una igual –insistió ella, desviando su mirada a continuación hacia el joven que permanecía a su lado. Éste la contempló con aquellos ojos suyos que parecían siempre arrepentidos-. Algo de esta ciudad sí que es o fue verdad.

-Qué harto estoy de tantos galimatías –protestó Tavos-. En fin, hagamos lo que dice ese charlatán y acabemos cuanto antes.

Hela no se dio otra vez la vuelta hacia el balcón; pues de nuevo intuyó que el doctor ya no se encontraba allí. En lugar de eso, aunque sabía que debían reemprender la marcha, continuó durante un rato más contemplando la ciudad, como si temiera que al apartarse de la ventana aquélla fuera a desaparecer. Allí todo era posible.

“¡Corred!”, exclamó entonces en un susurro súbito y apremiante la voz de Sigma, como si se hubiese encontrado justo a su espalda. “No… ha sido como si por un momento hubiese tenido su voz dentro de mi cabeza”, se enmendó Hela a sí misma en sus pensamientos. ¿Qué había pasado? Antes de que pudiera divagar sobre ello, Rose empezó a chillar.

-¡Oh, Dios mío! –gritó Tavos.

El sentido que primero se le activó fue el olfato: era un olor estridente, tremebundo y voraz. “El olor de un grito”, lo reconoció Hela al momento, sin comprender cómo. Inmediatamente después se giró hacia el túnel por el que habían venido y vio cómo la luz procedente del interior se iba apagando, anunciando la llegada de algo material, de algo imparable.

-¡Larguémonos de aquí! –exclamó Hannah.

Echaron a correr en la única dirección posible, adentrándose por un segundo pasillo que se encontraba en el otro extremo del mirador. Sus paredes y su techo estaban completamente cubiertos e iluminados por leds como las de las grandes pantallas, aunque éstos emitían una homogénea luz roja.

Conforme avanzaban, sentían cómo el grito lo hacía también detrás de ellos, descendiendo por aquel pasillo que parecía conducir, en una amplia espiral, hacia las profundidades mismas de la tierra.

Tack, tack, tack… Las bombillas, a sus espaldas, se iban apagando por secciones, advirtiendo de la proximidad de aquella cosa. Hasta que la oscuridad les alcanzó. Tack, tack… tack…

Hela se detuvo, viendo cómo el pasillo todavía iluminado de rojo se alejaba ante ella. Se giró, percibiendo una creciente y aterradora consistencia que la oscuridad empezaba a adquirir…

En ese momento sintió que alguien tiraba de su mano.

-No lo conseguiremos –murmuró casi para sí.

-¡Va-mos! –exclamó con su remarcada pronunciación el joven que la agarraba, y a quien por la falta de luz Hela ya apenas podía ver, tirando de ella más fuerte.

Ella se dejó arrastrar sin volver la vista hacia adelante, mientras el grito anegaba furiosamente el pasillo que iban dejando atrás, cada vez más cerca.

Hasta que pudo verlo. Aunque aquello no fue comparable a nada que hubiera visto antes, ni hubiese podido comprenderse como algo meramente visible. Sus ojos, de algún modo, captaron algo que no podía ser interpretado por la vista, algo que sobrepasaba cualquier percepción que Hela hubiese experimentado a lo largo de su vida con cualquiera de sus sentidos; algo inefable: una sombra de aire, de mil colores nítidamente superpuestos, la mayoría de ellos desconocidos; llenando el vacío, haciendo titilar la realidad.

Lo más espantoso fue darse cuenta de que nunca llegó a oírlo.

-… orred… amos… vamos, ya llegamos… amos, vamos…

Cayó al suelo. A su lado, el joven jadeaba sentado sobre el arcén. Finalmente, habían logrado salir de aquel pasillo, que había desaparecido después de ello sin dejar rastro, tras desembocar en un espacio al aire libre.

Ahora, literalmente, detrás del grupo tan sólo había una pared de hormigón.

-¡Mierda… joder! –exclamaba Tavos-. ¿Qué coño era eso? ¿Alguien lo vio?

Hela no habló ni alteró su expresión, aunque sintió cómo el joven que la había salvado de aquella cosa la miraba de reojo.

-Por favor, señor, socórrenos en esta hora aciaga… -comenzó implorar Rose en un murmullo.

-¡Oh, sí, estupendo! –protestó Tavos-. ¡Justo lo que necesitamos: en vez de hacer cábalas racionales, ponernos a rezar! ¿Quiere callarse?

-Usted use sus herramientas para salvarse. Yo usaré las mías.

-Oh, por favor… -bufó el hombre- Si no le importa, no estamos en uno de sus templos, así que encima no venga a dar por culo con sus sermones.

-Búrlese lo que quiera –le replicó Rose-, también a los frívolos les llegará el día del juicio. Yo rezaré por usted.

-Como no os calléis compartiréis sala de espera para vuestra primera vista de ese juicio mucho antes de lo que esperáis –les advirtió Hannah.

-¡No, venga, en serio! –porfió Tavos-. ¡Esta mujer lleva siendo un lastre desde que comenzó todo esto, y después de lo que acaba de pasar su única aportación es rezar!

-Cálmate, Tavos –le instó la veterana, con una nota sarcástica en la voz-. Creía que estabas seguro de que esto era un juego…

-Ah, con que todo se resume en eso.  Muy bien, ¿quieres oírmelo decir? ¡Ahora no lo estoy! ¿Te vale? ¡No estoy seguro de que sea un juego! ¿Mejor así? ¿Te has quedado contenta? ¡No tengo ningún complejo de admitirlo! ¿Y sabes por qué? ¡Porque esa mierda que nos perseguía iba en serio y yo quiero respuestas, no rezos de una beata que se negaría a usar un teletransportador incluso aunque eso le permitiera salir de aquí y salvar su culo de mula premenopáusica!

-Eh, ¿quieres acabar con un fusil metido en tu culo de polla flácida, gilipollas? –le amenazó Hannah encarándosele.

-¡Eh, parad ya! –exclamó Hela poniéndose en pie.

Ambos se giraron para mirarla; aunque Tavos, de inmediato, desvió su atención hacia el joven recostado a su lado:

-Sí… de acuerdo, paremos ya –dijo con aire intrigante-. Pero primero mejor terminemos de atar los cabos sueltos. Chico… -agitó la mano- Eh, chico, puedes leerme los labios, ¿verdad? Bien, ahora quiero que nos cuentes todo lo que sabes y no nos has contado hasta ahora.

El joven se encogió y le esquivó la mirada.

-Déjale en paz, Tavos –le exigió Hela.

-Oye, ya has visto lo que acaba de pasar. ¿No crees que deberíamos ponernos serios para tratar de descubrir cómo hacer que todo acabe? ¿No quieres salir de aquí con vida? ¿Por qué te empeñas en negarte a que le ponga los puntos sobre las íes al chaval?

-Porque me sale del coño –zanjó Hela.

-¿Y a mí qué coño me importa lo que tu coño opine?

Hela le miró furibunda. Entonces, sin decir nada, caminó hacia donde Hannah y él estaban y, al llegar, tras lanzar a la veterana una rápida mirada de severa complicidad que nadie más aparte de ella pudo advertir, le tomó el fusil sin que ésta opusiera resistencia:

-Muy bien, entonces porque soy yo la que tiene el arma y me sale del coño.

Tras el momento de sorpresa, Tavos exhaló una risotada sarcástica:

-¡Estupendo, congraciaos para hacer el gilipollas! Seguid cubriendo al que se calla la información y a la que seguro que se santigua hasta cuando oye hablar de la nube virtual de consciencia...

-¡Tavos, silencio! –prorrumpió entonces Hannah en una orden marcial que no admitió réplica. A continuación, durante una tensa pausa, aproximó su cara embozada en una gélida expresión a la de él hasta que sólo restó un palmo de espacio entre ellos-. Dime una cosa: ¿me ves cara de sobrellevar bien los mojigatismos?

Tavos abrió los ojos extrañado, sin saber qué decir.

-¡Contesta a la pregunta, maldita sea! –lo apremió.

-No, señora –dijo de inmediato Tavos casi como activado por resorte.

-¿Me ves cara de estúpida y de disfrutar confiando ingenuamente en las personas a las que no conozco?

-¡No, señora! –exclamó Tavos con más decisión.

-¿Y crees que tengo cara de que me apetezca aguantar, además de todas esas cosas, los lloriqueos incansables de un cargante que ha entrado en pánico?

Tras esto último Hannah arqueó el ceño, invitándole a interpretar sus palabras, mientras recobraba su fusil de las manos de Hela.

-¡Espera, eso es! –exclamó de pronto Tavos, con un tono casi de sorpresa que supuso un violento contrapunto en la atmósfera.

-¿Qué? –vaciló Hannah confundida.

-¡La nube de consciencia! –recapituló él-. ¡Ahora todo tiene sentido!

-¿Has hecho caso de algo de lo que te estaba diciendo? –le recriminó la veterana, aunque en el fondo no podía disimular que aquella nueva insinuación había logrado captar su atención, así como la de todos.

-Espera, ¿estás insinuando que estamos en la nube virtual? –preguntó entonces Hela.

-¡No lo estoy insinuando! –replicó Tavos exultante- ¡Lo estoy afirmando! ¿Dónde sino en una realidad virtual podría existir todo esto? ¡Ja, ja, ja! ¡Vamos, es evidente! ¡Todo esto no es real!

-Todo este espacio, las infraestructuras surrealistas y ese fenómeno, o lo que sea que nos ha estado persiguiendo… –enumeró Hannah mientras asentía, aprobando aquella hipótesis.

-¡Y no olvidemos que, hasta ahora, ninguno de nosotros ha sentido la necesidad de expulsar nada por ninguno de sus sagrados orificios! –señaló Tavos cada vez más pletórico- ¿Alguno de vosotros tiene hambre ya? ¡Porque yo todavía no, ja, ja!

-Espera, asumamos que compramos tu argumento –le paró los pies Hela-. Suponiendo que todo esto no fuera “real”… ¿qué sentido tendría? La nube de consciencia se creó para paliar los desfases del hipersueño, volcando a la red la mente de los viajeros para que, mientras realicen viajes de larga duración por el espacio, puedan mantener el contacto con la realidad: con sus seres queridos, con la actualidad…

-Bueno, eso es sólo así parcialmente –apostilló Hannah-. En verdad, la nube virtual se creó con propósitos militares; como casi todo, en realidad.

-Vale –le concedió Hela-, pero a día de hoy su propósito es el que es; y su funcionamiento, también. Si nuestras consciencias están volcadas en la red, ¿por qué no hay nadie aquí? ¿Por qué parece más bien que estamos aislados? ¿Por qué no recordamos nada? Y ya de paso: ¿Por qué el programa intuitivo no crea un entorno que sea agradable para nosotros?

-Puede que haya algo diferente, pero tenéis que admitir que tiene sentido –insistió Tavos.

-Saturnianos –apuntó Rose.

-¿Se refiere a los hijos de Titán? –preguntó Hela extrañada.

-Se sabe de viajeros a los que han capturado para experimentar con ellos. A los que están en hipersueño los torturan manipulando el sistema de la nube virtual, cortando la conexión a la red y aislando sus mentes en un mundo virtual que moldean a su antojo. Así es como estudian nuestro cerebro: jugando con él hasta que el estrés nos mata.

-Señora, es usted una caja de sorpresas –se mofó Tavos-. Primero Dios y ahora abducciones. ¿No tiene usted límites para creerse las tonterías que ve en los canales basura de televisión?

-¿¡Y qué otra explicación le das a esto!? –exclamó ella airada.

-¡Oh, ya salió el argumento de marras! Todo lo que no sepamos explicar en un momento determinado de nuestras vidas tiene que ser consiguientemente obra de Dios o de los alienígenas. Así, desde hace siglos… Y dígame: puesto que no sé exactamente cómo funciona mi tostadora, ¿por cuál de los dos cree fue hecha ésta? ¿Fue el dedo de Yahvé el que la manufacturó o salió de Industrias E.T.?

-¡Váyase al infierno!

-Con salir de aquí me conformo.

-¡Volved a enzarzaros en una más de éstas y os juro por aquello en lo que creáis y en lo que no creáis que os mando de un golpe de culata al mundo de Oz! –explotó Hannah al fin-. Rose, deje de decir estupideces. Usted misma ha reconocido ser continuista. Si no aceptaría usar la teletransportación, dudo mucho que hubiera aceptado volcar su consciencia en la nube durante el hipersueño.

-¡Y si me forzaron!

-¿Y si cerramos la boca de una vez y guardamos nuestra reserva de saliva para cuando vayamos a mejorar el silencio, joder? –repuso Hannah abriendo mucho los ojos e inclinándose hacia ella intimidante. Después suspiró, recuperando la compostura-. Vale, volvemos a estar en un punto muerto.

-Yo… -empezó a decir Hela- no creo que lo que dice Rose sea tan absurdo.

Hannah le miró sorprendida:

-¿Qué coño estás diciendo?

-Admitámoslo, todo esto es tan surrealista y macabro que ya nada debería extrañarnos. De acuerdo, puede que los hijos de Titán no tengan nada que ver con esto; pero ¿y si es cierto que alguien, sea quien sea, está jugando con nuestras mentes?

-Entonces ese viejo es el que está detrás de todo –afirmó Tavos-, y la próxima vez que le vea le borraré esa expresión de santurrón de la cara a puñetazos.

Rose volvió a intervenir en ese momento:

-No, primero tenemos que encontrar…

-¡No me joda, no me voy a jugar la cordura para encontrar su bolso o lo que sea que se le ha perdido en una realidad virtual! Además, ¿qué le hace pensar que sus extraterrestres no le han inducido esa necesidad de hallar algo para guiarnos precisamente por un sendero de locura preestablecido?

-Yo sé lo que siento, y que lo que siento es de verdad.

-Como buena creyente, usted cree en lo que le da la gana –replicó Hannah-. Muy bien, la cuestión es simple: ¿nos dirigimos al parque o no?

Hela observó de reojo al chico, todavía sentado; éste, como casi siempre, permanecía cabizbajo, evitando miradas. No supo si en aquel momento sintió la suya sobre su nuca; pero, frustrada, concluyó que todavía no estaba preparado para dar ninguna información que fuese de ayuda.

-No hay alternativas reales –dijo entonces-. Si no vamos a esa plaza, no tenemos adónde ir. No tenemos más referencias ni más pistas que ese lugar. Puede que esto sea un juego macabro, pero es un juego con una sola dirección de la que no podemos salirnos por ahora.

-Por ahora… -murmuró Hannah-. De acuerdo, entonces en marcha.

Y sin más directrices que aquélla, resignados a acatar el mandato de quien no sabía más que ellos, el resto del grupo comenzó a seguir a Hannah.

Una niebla ligera y sucia les empezó a rodear nada más se internaron en la ciudad y a medida que el Sol se ponía. Si es que se ponía; pues, conforme avanzaba el tiempo, por lo menos Hela tuvo la sensación de que aquel ocaso se dilataba más de lo esperable. Por otro lado, ¿qué era lo esperable? Ya no sólo no sabían en qué planeta se encontraban, sino que ni siquiera estaban seguros de que todo aquello no fuera más que una simulación virtual. Lo esperable, a aquellas alturas, era que nada lo fuera.

Vagaron por la red de carreteras y calles desiertas que rodeaba aquellos rascacielos sin encontrarse ni a una sola persona –algo que, irónicamente, apenas les llamó la atención-. Sin embargo, aunque desde el mirador el edificio más alto se apreciaba destacando de forma inconfundible sobre la urbe, descubrieron que a ras de suelo la tarea de hallarlo no resultaba tan sencilla. Por mucho que caminaban, eran incapaces de dar con él; o tal vez a niebla y la perspectiva les habían hecho ya pasarlo de largo, posibilidad que todavía les mortificaba incluso más que la primera.

Fuera como fuese, no habían encontrado todavía ninguna plaza ni ningún parque donde hubiese nada llamativo.

-Deberíamos peinar la ciudad separándonos por calles paralelas –sugirió Tavos un momento dado-. Así cubriremos mayor terreno y encontraremos antes el edificio.

-Ya lo había pensado –admitió Hannah-, y en condiciones normales estaría de acuerdo contigo. Pero dadas nuestras sospechas, ni siquiera sabemos si simplemente buscamos un edificio al uso. Si este lugar no es real, puede que tenga… truco.

-Yo creo que no –la contrarió Hela-. Por lo que recuerdo del plano que nos mostraron en los paneles nada más llegar, la sección correspondiente a la ciudad no parecía tener nada extraño. Es verdad que en su momento me pareció demasiado compleja, pero por entonces no sabía lo que representaba.

-Ojalá pudiéramos ver otra vez ese plano –se lamentó Hannah.

-Bueno, ¿entonces qué decís? –apremió Tavos-. Dividámonos en dos grupos y mantengámonos en calles paralelas. Las chicas podéis ir por un lado y el chico y yo por el otro, por ejemplo.

-Él no se va contigo –atajó Hela, anticipándose a la jugada del hombre.

-Oye, sólo era una propuesta al azar –replicó Tavos sin que sus palabras le sonaran en absoluto convincentes-. Está bien, pues yo iré…

-Conmigo –resolvió Hannah interrumpiéndolo-. Vosotros tres seguid por esta calle, nosotros dos nos iremos por la de allí.

-Están preparando algo… -murmuró entonces Rose con gravedad, mirando hacia lo alto-. Algo nuevo se avecina. No es bueno que nos separemos o estaremos indefensos cuando vuelvan para experimentar con nuestras mentes.

-Mire, déjese los augurios para cuando encontremos la plaza –le replicó Hannah desdeñosamente-. Si quiere, entonces le regalaré un cencerro para que lo agite mientras entona profecías.

Tavos soltó una risilla nasal:

-Espero que no hayamos dado todo este paseo para descubrir que lo que quería encontrar al final era su cencerro perdido –bromeó.

-No, si al final van a acabar montando un dúo cómico juntos –comentó Hela mientras Tavos y Hannah se alejaban.

Los otros dos restantes no dijeron nada. Ambos introspectivos, se dejaron guiar por ella mientras reemprendían el paso por la misma calle.

-¿Todo bien por ahí? –gritaba Hela de vez en cuando, y sus palabras hacían eco en la ciudad vacía.

-¡El mismo bullicio de siempre! –respondía la voz de Tavos al cabo de unos segundos-. ¡Igual nos paramos en algún puesto de perritos a disfrutar de la fiesta, no nos esperéis!

La verdad era que, a pesar de las circunstancias, Hela se sentía ahora casi hasta animada. Tras unos minutos más de andada, el tono de aquella incursión sin destino se había ido relajando; las bromas entre las dos partidas, incluso, comenzaban a crear por primera vez un ambiente desenfadado. Y aquel grupo de desconocidos estaba empezando a motivar en ella un sentimiento de agradable familiaridad; quizás porque representaban la única constante dentro de todo aquel sinsentido. Su parte más insensata se afanaba por eludir la certeza de que aquél era un sentimiento iluso; de que, en aquel lugar más que en ningún otro, era cuestión de tiempo que la tensión volviera a dispararse. Por supuesto, por su mente planeaba también la incertidumbre de no saber si lograrían salir de allí nunca.

Pero Hela se resistía a pensar en todo eso ahora. Incluso a pesar de que sus dos acompañantes no eran precisamente la mejor distracción posible: Rose avanzaba como sumergida en un trance, mientras que el joven guardaba su cabizbajo silencio de siempre.

-Oye, sé que no eres tan tímido como aparentas y que sabes cosas que aún no estás preparado para contar –se atrevió a decirle por fin en determinado momento al segundo de los dos-. También sé que seguramente la razón por la que no quieres hablar es una buena razón. Sólo quiero que tengas claro que… bueno, que puedes confiar en mí.

El chico leyó sus labios y, por primera vez, sonrió. Tenía una sonrisa preciosa.

Sin embargo, seguía resistiéndose a hablar.

-Bueno, por lo menos podrías decirme tu nombre –añadió Hela, mostrándole a su vez una sonrisa juguetona.

Él acentuó la suya:

-Yino –se presentó al fin.

-Con que Yino, ¿eh? No sé por qué, pero te pega, -Hela alzó entonces la voz-. ¡Eh, fondo norte! ¿Cómo va la cosa por ahí?

Fue ése el instante en el que la calma se hizo añicos para siempre.

-¿Fondo norte?

Silencio.

-¡Mierda, vamos! –ordenó, y antes de haber acabado pronunciar la orden ya estaba corriendo hacia la calle aledaña, en donde se suponía que debían hallarse Tavos y Hannah.

No fue así. Al llegar, se encontró aquella vía tan desierta como todas las demás.

-¡Tavos, Hannah! ¿Me oís? –insistió Hela, y esa vez percibió que sus gritos sonaban extrañamente amortiguadas y sin eco, como a través de un embudo.

-¿Qué está pasando? –murmuró, mirando a sus dos acompañantes, aunque ninguno le supo responder.

De pronto algo había cambiado: era como si la atmósfera se hubiese vuelto más opresiva, a pesar de que continuaban en un entorno abierto. Se sentía enclaustrada, igual que si unos muros invisibles se estuviesen contrayendo a su alrededor.

-Es la niebla… -balbució Rose entonces- ¡Oh, Dios, viene a por nosotros!

Mientras la mujer echaba a correr como desbocada, Hela se volvió en la dirección contraria por un momento para comprender su repentina huida.

-Oh, Dios mío… -músito como si de pronto le hubiesen arrebatado todo el aire de los pulmones.

No era un cambio brusco en la lejanía, sino gradual pero veloz: la niebla se estaba cerrando en torno a la ciudad, y todo lo que se sumergía en aquella barrera opaca que avanzaba inexorablemente hacia ellos parecía desaparecer.

“No, desaparece de verdad. Todo está desapareciendo”. No hubiese podido decir de qué manera llegó a tener aquella certidumbre. Simplemente lo supo. Aquella niebla era el final. “Si te traga, se acabó”. Si aquel lugar era virtual, no era un recurso muy original por parte de quien lo había programado, pero estando expuesta a él de manera tan real e inmediata, su condición de tópico no hizo que el pánico que se apoderó de Hela en ese momento se redujese lo más mínimo.

Sus dos acompañantes ya estaban a cierta distancia cuando ella empezó a correr. Sin embargo, la niebla les recortaba distancia a gran velocidad y desde todas las direcciones, cercándolos rápidamente conforme escapaban. Al llegar a un cruce de calles, Hela tuvo que agarrar del brazo a Rose y tirar de ella para arrastrarla por la única vía posible antes de que fuera engullida.

“Es como intentar permanecer en el ojo de una tormenta”, comprendió. Quedaba saber si aquél era un ojo que se estaba desplazando o si, por el contrario, lo que hacía era cerrarse irremediablemente.

Y entonces lo vio: el parque, inconfundible, frente a ellos, al final de la avenida a la que acababan de acceder doblando una esquina. Inmediatamente después, no supo en qué orden se sucedieron las cosas: si bien se tropezó y, ya en el suelo y sabiendo en ese momento que todo había acabado para ella, miró hacia atrás y quedó atónita al descubrir que la niebla se había estabilizado y permanecía inmóvil al comienzo de la calle; o si bien fue, al mirar hacia atrás y ante la sorpresa de comprobar que aquel muro de nada se había detenido, cuando trastabilló. El susto, la urgencia y el asombro fueron uno a la vez.

Al verla en el suelo, Yino regresó corriendo hasta donde estaba para ayudarla a levantarse; aunque no aminoró la carrera al descubrir lo mismo que ella acababa de descubrir, en su rostro se adivinaban perfectamente y al mismo tiempo el recelo y el estupor mientras contemplaba casi hipnotizado aquella pared plomiza plantada frente a él. Incluso cuando Hela le tomó la mano para levantarse, el joven no llegó a mirarla, algo que en cierto modo la molestó.

Tras recobrar el aliento, ya en pie, lo primero que hizo Hela fue mirar a su alrededor. Apenas un par de hectáreas de la ciudad quedaban ahora visibles. Nada más se había salvado.

-¿Y ahora qué? –preguntó sin esperar respuesta; dándose después la vuelta hacia su destino.

El parque era mucho más pequeño de lo que había supuesto en un principio. Ocupaba el espacio de una plazoleta corriente; y, aunque estaba rodeado de árboles, lo más destacable de él era un pequeño tobogán y un par de caballitos de madera sobre muelles en su centro, pintados de colores amarillo y rojo.

Otro parque infantil, sólo que esta vez uno al aire libre, emplazado en un arenero en medio de un paseo entre dos carreteras.  Después de la extravagancia que les había rodeado durante toda su desquiciante travesía, la sencillez de aquel punto, que tanto contrastaba además con el formidable rascacielos frente a cuyos pies se hallaba, de alguna manera renovaba su desconfianza. ¿De verdad era ésa su meta final?

Mientras se aproximaban al paseo, se fijó un poco mejor en el tobogán medio escondido entre los árboles.

Un momento… ¿había alguien…?

-¡Joder, aquí estáis! –le sorprendió de pronto la voz de Tavos. Al volverse hacia ella, Hela comprobó aliviada cómo tanto él como Hannah corrían sanos y salvos a reunirse con ellos-. Creíamos que no lo conseguiríais. Menuda carrerita, ¿eh?

-¿Estáis todos bien? –preguntó la veterana.

-Por poco, pero sí –asintió Hela-. Pero no sé por cuánto tiempo estaremos seguros…

-Tranquila –dijo Tavos-, ahora que hemos llegado al parq…

-¡Oh, Dios mío, Samuel! –gritó en ese instante Rose, separándose inmediatamente del grupo y precipitándose hacia el parque.

-¿Qui…? –balbució Tavos-. ¿Qué cojones…?

Con paso lento, los demás se acercaron a tiempo para ver cómo la mujer se desplomaba sollozando junto a uno de los pequeños caballos de madera. Entonces, fueron conscientes de que había alguien más allí.

Un niño de apenas un año de edad y brillantes rizos negros reía entusiasmado envuelto en el abrazo de Rose, el cual había hecho que el animal de madera sobre el que se hallaba montado se balanceara animadamente por un momento.

A su lado, el doctor Sigma parecía llevar allí desde siempre, tutelándolo.

-¡Mamá! –acertó a pronunciar el pequeño, agarrando la nariz de Rose.

Ésta, sollozante, lo apretó aún más entre sus brazos:

-¡Samuel, mi Samuel…! ¡Todo está bien, mi amor! ¡Todo va a estar bien…!

El niño, vestido con un pequeño mono azul, sonreía y se deleitaba con el afecto con el que su madre le colmaba, ajeno a la aprensión de ésta.

-Así que eso era lo tanto necesitaba encontrar –dijo Hela, esbozando una sonrisa agridulce.

-No me jodas… ¿Para esto hemos venido hasta aquí?

-Cállate, Tavos –le cortó Hannah al hombre.

-¡No he llegado hasta aquí para cargarme de más lastre! –porfió él- ¡Quiero salir de una puta vez de este lugar, no hacer de niñero!

-Tranquilos –dijo el doctor Sigma con una amplia sonrisa-. Todo va a estar bien.

-¡Y una mierda, bastardo! –bramó Tavos, aproximándose a él y señalándolo con dedo acusador-. ¡Llevas diciendo la misma bazofia desde que aparecimos en este lugar y ya me he cansado! ¿Dónde está la puta salida?

El inalterable anciano no le contestó.

-Tavos –le interpeló Hannah muy seria-, ¿qué te dije de ponerte a lloriquear?

-¡Vete a la mierda! –exclamó el otro fuera de sí-. ¡Ahora no me vengas con ésas, vieja! ¡Nos dijeron que todo terminaría cuando llegáramos aquí!

-Eso lo dijiste tú –le recordó Hela-. A lo mejor diste demasiadas cosas por sentadas.

El dedo de Tavos la apuntó entonces a ella:

-Cierra el puto buzón… -le ordenó, completamente fuera de control. Después llevó el puño a la boca compulsivamente, como si fuera a mordérselo. Como si fuera a echarse a llorar.

-Tavos, contrólate… –le instó Hannah alzando una mano y en un tono de advertencia.

-¡No, no, no…! ¡No me da la gana! ¡Esa niebla nos zampará de un momento a otro y desapareceremos! ¡O volveremos a empezar de nuevo sin recordar nada! –Soltó una risotada enloquecida-. ¡Al final va a resultar que la foca llevaba la razón todo el tiempo! ¡Sólo tratan de volvernos locos!

Y siguió riendo. Hannah suspiró resignada:

-Lo que nos faltaba, un completo majara en el grupo –gruñó.

Pero ¿y si Tavos tenía razón? A ella todavía le quedaba algo de aplomo para lidiar con la situación. Pero ¿y si aquel juego no tenía final?

Aunque Hela, a esas alturas, no pensaba ya en absoluto que aquello fuera un juego. Al menos, no uno que se ganase. Cada vez comprendía con mayor claridad que lo que habían creído hasta entonces un entretenimiento para ellos era en realidad un entretenimiento para otras personas, personas poderosas, que habían sido las que les habían puesto en esa situación. En todo momento, ellos mismos habían sido la atracción; marionetas de un espectáculo perverso y cruel, sin mayor sentido ni otro fin que el de saciar un morbo sin escrúpulos por contemplar la desesperación humana.

Alguien interrumpió el curso aciago de sus pensamientos tocando su espalda, y Hela se volvió.

 "EXPLICARTE - COSA – YO - QUERER", le dijo Yino en lengua de signos, Y Hela se sorprendió de ser capaz de entenderle.

-Espera, primero tengo que calmar la situación –le dijo Hela, apoyándose en aquel lenguaje gestual que hasta entonces no se figuraba conocer.

Iba a añadir algo más, pero justo en ese momento un ruido atronador hizo que exhalara todo el aire de golpe, seguido de varios gritos y de llanto. Dentro del pecho, su corazón empezó a galopar.

Al volverse hacia los caballos de madera, Tavos sujetaba una pequeña pistola humeante que apuntaba directamente hacia Sigma. Pero, si era al doctor a quien había disparado, éste no mostraba herida alguna, ni siquiera su semblante se había alterado.

-Tranquilo, todo está bien –dijo el anciano-. Debéis estar tranquilos… debéis… bien…

Entonces su imagen se distorsionó como un televisor mal sintonizado, un par de veces, y desapareció.

-Hijo de puta –masculló Tavos.

Muy cerca de él, Rose se había tirado al suelo junto con su hijo, al cual se aferraba para protegerlo, y miraba a Tavos como quien encara a la misma muerte, con el rostro lleno de espanto, completamente lívido. El pequeño Samuel no dejaba de llorar.

-Tavos… -empezó a decir Hannah, aproximándose a él con los brazos en alto, tratando de apaciguarlo.

-No des ni un paso más –le amenazó Tavos con el arma.

Inmediatamente, Hannah agarró su fusil y encañonó al hombre con él.

-Déjate de faroles, sé que no tienes balas –dijo Tavos con gesto muy grave. Cargó su pistola-. Si hubieses tenido el fusil cargado, ya me habrías disparado. Conozco a las zorras de tu calaña, -Sonrió-. Tampoco has llevado nunca el seguro puesto.

-¿Desde cuándo tienes esa pistola? –preguntó Hela.

-Desde que me desperté –reconoció él-. Eh, después de permitir que tu joven amiguito se callara lo que sabe no me vas a decir que te parece mal que yo también tenga mis secretos –Le dedicó una sonrisa desagradable-. No harías eso, ¿verdad? Una chica guapa como tú debe ser consciente de cuándo podría herir el orgullo de un hombre.

-Tavos, baja esa arma –le insistió Hannah manteniendo una frialdad de acero-. Yo también le tenía ganas a ese cabronazo, pero ahora no te vas a poner a dispararnos a todos. ¿O es que tendría algún sentido?

Una peligrosa chispa de sadismo que brilló en la mirada de Tavos hizo que Hela se estremeciera, alarmada:

-En un mundo de locura, ¿no sería el mayor de los sinsentidos la mejor respuesta?

Sin dejar de sonreír, el hombre desvió su pistola hacia abajo, hacia donde se encontraban Rose y el niño.

-¡No! –gritó Rose, encogiéndose aún más alrededor de su hijo.

-¡Tavos, qué cojones haces! –exclamó Hannah, a quien por primera vez le tembló la voz.

-Sacarme de aquí –dijo él. Acto seguido se echó a reír, su rostro la viva imagen de la enajenación-. ¿De verdad sois tan idiotas que aún no lo habéis entendido? ¡Matar al niño es la solución!

Hela trató de decir algo, pero su garganta fue incapaz de emitir sonido alguno.

-¿Nunca habéis soñado una pesadilla a la que sólo podíais poner fin si os suicidabais en ella? –continuó exponiendo Tavos sin dejar de sonreír-. Esta escape room sigue la misma lógica, sólo que de forma más macabra.

-¡Tavos, qué estás diciendo! –gritó ella al fin al borde del llanto- ¡Esto no es una atracción, ya basta!

-Pobre Hela… -dijo Tavos, al mismo tiempo compadeciéndose y burlándose de ella-. La verdad, te creía lo suficientemente inteligente para mantener la perspectiva en una situación como ésta. Pensadlo por un momento: las únicas pistas que se nos dieron fueron un plano y un atisbo de recuerdo, casualmente el único que conservaba alguien del grupo. Y todo conducía al niño.

-¡Es mi hijo! –empezó a sollozar Rose, mirando a las otras dos mujeres implorante- ¡Os juro por lo más sagrado que es mi niño!

-¡Cállate! –le ordenó Tavos dándole un fuerte puntapié.

Hannah hizo amago de abalanzarse sobre él, pero al momento se dio cuenta de que cualquier intento de reducir a Tavos en esa situación no prosperaría. Finalmente, tan sólo se revolvió con furia, sin dar un solo paso, mientras la madre y el niño continuaban llorando en el suelo.

-Es normal que digas eso –continuó diciéndole el hombre a Rose, aunque ahora con la mirada y el arma fijas en Hannah-. A fin de cuentas, tú no eres más que una pieza del puzle. Una simulación. Como ese viejo. Como el niño. Todo esto ha sido igual de irracional que una pesadilla extrema. Y como una pesadilla extrema debe acabar. ¡La única forma de interrumpir la simulación es vencer nuestros miedos y saltar al vacío cometiendo la mayor locura posible: precisamente superando la prueba a la que todo nos han conducido!

Mientras hablaba, Hela no era capaz de otra cosa que de contener la respiración.

-¡Todo lo que supuse era cierto! –exclamó Tavos triunfante-. Sólo había que darle una vuelta de tuerca para comprenderlo; buscar la lógica de la locura. –Se llevó una mano a la cabeza y resopló, casi riendo, extasiado-. Es… es… bello…

Tavos entrecerró los ojos, recreándose. Pero no era suficiente. Desde aquella distancia, ni Hela ni Hannah podían aprovechar el momento. Tal vez Rose hubiese podido, pero carecía del instinto y, seguramente, los reflejos para hacerlo.

-… es perfecto –concluyó Tavos al fin, volviendo a abrir los ojos.

Y de pronto, su expresión cambió radicalmente:

-¿Dónde está el chico? –inquirió, amenazándola a ella y a la otra mujer que permanecía en pie con la pistola.

Hela apenas tuvo tiempo para deducir que Yino, hasta entonces a su espalda, había aprovechado aquel segundo de descuido para moverse. Enseguida vio la piedra que lanzaba desde su ubicación desconocida hacia Tavos.

Éste consiguió reaccionar para evitarla, pero el breve momento que empleó en recomponerse y ubicar al joven fue suficiente para que al fin Hannah cayera sobre él.

Rose, ahora al lado de ambos combatientes en el suelo, se arrastró para evitarlos tanto como pudo, mientras chillaba.

-¡Corra! –le gritó Hannah mientras luchaba con el hombre.

Rose reaccionó ante aquella orden con rapidez, levantándose y tomando a su hijo en brazos para después huir con él en dirección al enorme rascacielos al final del parque.

Hela quiso tomar entonces parte en la reyerta; pero ésta acabó demasiado pronto, con un nuevo disparo. Durante unos segundos, Tavos y Hannah permanecieron desplomados en el suelo; hasta que el primero, cubierto con la sangre de la mujer, se zafó de ella apartando de encima de él su cuerpo muerto.

Mientras volvía a ponerse en pie, apuntando de nuevo a Hela, no dejaba de reír:

-¡Joder, seréis cabrones! ¡Casi os sale hasta bien! ¡Eh, de puta madre, lo habéis intentado! –Lanzó miradas fugaces alrededor-. Aunque tu chico es un poco cobarde escondiéndose. ¡No vas a sorprenderme dos veces! ¿Me has oído, niñato?

A pesar de que Hela consiguió no caer de rodillas, no pudo evitar que las lágrimas inundaran su rostro, incontenibles, mientras contemplaba a la vieja Hannah abatida sobre la arena del parque.

-Vamos, sabes que no he tenido otra opción –se justificó Tavos, como si lo ocurrido hubiese sido algo trivial.

-La has matado…  -musitó ella, apuñalándolo con la mirada-. Sabes que la has matado, aunque esto no sea real has matado su mente…

Tavos se encogió de hombros, volviendo a sonreír:

-Seguro que firmó alguna cláusula que me exime de responsabilidad.

-¡Esto no es un juego, miserable malnacido! –bramó ella, ávida de lanzarse sobre su cuello y apretárselo hasta ver cómo sus ojos estallaban fuera de sus órbitas.

Tavos volvió a cargar el arma con agilidad:

-Mira, puta, con una bala malgastada en una imbécil ya he tenido suficiente. Ahora déjame hacer lo que tengo que hacer y en diez minutos estarás en el mundo real sacándome la polla del pantalón para mamármela en agradecimiento porque yo te haya sacado a ti de aquí primero.

Sin decir nada más, se dio media vuelta y se dirigió a paso ligero hacia el rascacielos, saliendo primero a la carretera vacía y mirando hacia todas partes para evitar que Yino le sorprendiera.

El joven, sin embargo, sólo volvió a hacer aparición cuando Tavos ya se había alejado, para reunirse con Hela. Lo primero que hizo fue abrazarla; y, aunque Hela no recordaba su pasado, estuvo segura de que aquél fue el abrazo más reconfortante que había sentido en su vida.

Después, Yino la cogió por los hombros, instándola a que se recompusiera. Cuando estuvo seguro de que Hela era capaz de prestarle atención, empezó a gesticular:

“PERDÓN – MIEDO – MATAR…” Hela comenzó a reinterpretar los signos interiormente: “Perdona por esconderme”, “No debe matarme”. Tras esto Yino hizo una pausa; “Debo reunirme con el niño”, continuó. “Tengo que estar con él”. “Es la única manera de salvarlo”.

“¿POR QUÉ?” preguntó Hela a su vez con gestos, sin hablar.

Él hizo una sola seña: “DESPUÉS”.

No hizo más preguntas. Por algún motivo que a ella misma se le escapaba, desde el primer momento, no pudo evitar volverse partícipe incondicional de la urgencia de Yino.

Éste, a continuación, la tomó de su mano, y ambos corrieron también hacia los pies del gigante de cristal.

Cuando llegaron frente a él, Hela supo lo que había que hacer casi de forma instintiva. No había ninguna puerta de entrada al edificio, pero no la necesitaban para subir a la azotea –adonde sabía que debían dirigirse-. Se adelantó hasta la cristalera, levantó un pie y apoyó la planta en ella. Al instante, la perspectiva y la gravedad cambiaron, y la fachada del edificio pasó a convertirse para ella en una brillante superficie horizontal. Sin pensárselo dos veces, tiró del brazo de Yino y reemprendió su carrera por ella.

-Vamos, hay que darse prisa –resollaba para sí-. No llegaremos a tiempo. No es suficiente…

De pronto, Yino le soltó la mano, y entonces empezó a realizar signos que no dirigía a nadie, como si estuviera encomendándose a algo invisible. “LUNA”, fue capaz de interpretar Hela, sin aminorar su marcha.

-Yino, ¿qué pasa? –preguntó.

Él continuó hablándole a la nada:

“LUNA”. “LUNA”. “RECORDAR - DEBEN”. “PARA – NIÑO – SALVAR – ELLOS – RECORDAR – DEBEN”.

Al mismo tiempo, mientras ascendían de la forma más impensable aquella inmensa plataforma de cristal que reflejaba el atardecer encendido, comenzaba a invadirle una ilógica sensación de plenitud, como si estuviera donde quería estar. No fue hasta que uno de los ascensores que cruzaba de arriba abajo la fachada pasó cerca de ellos, adelantándolos, cuando Hela volvió a verse dentro de él: contemplando el ocaso, sujetando algo en la mano… “No… a alguien… un niño… ¡Samuel!” El niño, que apenas se sostenía en pie solo, la miraba y reía. Entonces la mirada de Hela ascendía hasta detenerse en los ojos de la persona que los acompañaba, la persona que agarraba a Samuel de la otra mano.

Hela se giró hacia Yino, embargada de una emoción demasiado intensa, demasiado incontenible:

-Yo he estado aquí contigo –comprendió estremecida, sin pararse a gesticular.

No hizo falta, pues Yino leyó sus labios. En respuesta, tan sólo le sonrió. La sonrisa más amarga del mundo.

Los recuerdos iban regresando a su memoria a cada paso, agolpándose. Para cuando llegaron a la azotea, la noche había caído y, cubierta de nubes, había desatado un aguacero sobre la ciudad; aunque sólo habían transcurrido unos minutos. Su mente también se había aclarado.

Al llegar allí, de forma dolorosamente irónica, el doctor Sigma había pasado a ser, de todos los presentes, el que menos familiar le resultaba. En aquella terraza Hela ya no vio al grupo de extraños que le había acompañado a lo largo de toda aquella pesadilla.

Vio a su novio, agarrándola del brazo; alentándola, consciente de lo que en ese momento estaba viviendo.

Vio a su madre, recostada en el muro de la azotea, desesperada, tratando de cubrir a su hermano pequeño para protegerlo.

Vio a su padre, encañonando a estos dos últimos con la pistola que sujetaba; paralizado y con el gesto desencajado, horrorizado.

“Él también ha recordado” comprendió ella. “Ahora sabe lo que está haciendo”.

“Y lo que ha hecho”. En ese momento, Hela trataba de asimilar que su abuela paterna había muerto delante de sus ojos sin que ella pudiera evitarlo.

“Asesinada por su propio hijo”.

Pero no tuvo tiempo. Su padre, en aquel momento, comenzó a reaccionar. Temblando violentamente, casi como si estuviese sufriendo espasmos, contempló la mano con la que sujetaba el arma; después, a su mujer.

Empezó a llorar.

-Lo siento, perdóname –imploró.

Su madre también lloraba, pero ya no había miedo en sus lágrimas. Tan sólo dolor.

Entonces su padre dirigió la pistola hacia él y se llevó el cañón a la boca, demasiado deprisa.

-¡Papá! –gritó Hela.

-¡No! –gritó su madre al mismo tiempo, alargando una mano hacia él.

Un trueno sin rayo se dispersó en la tormenta. Hela corrió hasta donde yacía el cuerpo empapado de su padre y se desmoronó vencida en el suelo.

                      *    *    *    *

 

El doctor Sigma, que había estado presente durante toda la escena, se adelantó un par de pasos hacia Hela, mientras ésta besaba el rostro sin vida de su padre.

-Por favor, mantened la calma –dijo, con su actitud de siempre-. Debéis estar tranquilos, todo está…

-¡No lo digas! –gritó Hela, dejándose la voz en aquel alarido-. ¡No te atrevas a decirlo, hijo de puta!

Sin ser apenas consciente de ello, tomó del mango la pistola que había llevado su padre hasta ese momento y se la lanzó al doctor. No prestó siquiera atención a si había acertado a darle o no. A continuación, reparó en el llanto de su madre y de su hermano pequeño, y empezó a arrastrarse para fundirse con ellos en un abrazo. Sin embargo, al ver cómo sus manos cubiertas de sangre iban tiñendo los charcos del suelo, se detuvo para no asustarlos más. Lloró con ellos.

No supo cuánto tiempo pasó hasta que sintió la mano de Yino en su hombro. Apremiante.

Ella se volvió hacia él para dejarse consolar, pero su novio la sujetó de los brazos.

“ATENCIÓN”. “Presta atención”

Hela dejó caer la cabeza:

“NO” “ABRÁZAME” “ABRÁZAME”

Pero Yino le obligó a levantarla de nuevo e insistió:

“ATENCIÓN”. “TODOS - VIVOS”.

-¿Qué…? –musitó ella, sin energía.

“Ellos están vivos” “De verdad” “Todos vivos” “Vosotros… casi moristeis”

La última pieza del puzle encajó en su cabeza. En aquel momento, Hela recuperó el recuerdo más reciente y el último que le faltaba.

El recuerdo del accidente.

“LUNA”, cayó en la cuenta. El novedoso sistema de seguridad de emergencia para consciencias de la compañía Luna. Desarrollado recientemente para casos de accidentes, la empresa había lanzado una potente campaña de promoción del software, que ya había empezado a incluirse en serie en los últimos diseños de varios fabricantes de vehículos de todo tipo.

En su publicidad, “Luna” garantizaba que, si se producía un accidente mortal, la consciencia del siniestrado sería íntegramente salvada a tiempo y guardada en el disco de memoria instalado en el transporte, en donde su sistema simularía un entorno de máximo bienestar de manera indefinida: un paraíso virtual.

Hela se volvió hacia el doctor Sigma:

-Tú eres sólo la interfaz del software Luna. Por eso nos resultabas familiar. Estás programado para transmitir y proveer felicidad y confort a los huéspedes.

Como ya esperaba, el doctor Sigma no reaccionó de ninguna manera a sus palabras.

“Sigma”, comprendió a continuación. Recordó los hologramas publicitarios del sistema, aquellos con el logo de la empresa. Una “M” mayúscula de “moon” con un arco encima. Pero cuando se trataba de anuncios interactivos, el logo solía transformarse y la “M” y el arco rotaban para que ése último se asemejara a una luna menguante. Consecuentemente, la “m” volcada acababa pareciendo una sigma griega. Así era como codificaban su marca dentro de su realidad virtual, con una sola sigma, para evitar cualquier asociación que hiciera que los huéspedes llegaran a recordar algo de su pasado.

-Pero no lo entiendo –dijo Hela-. Se supone que los huéspedes del sistema “Luna” no llegan siquiera a ser conscientes de su amnesia, que éste evita que lleguen a plantearse cosas como de qué manera han llegado a allí. Simplemente su consciencia permanece en un entorno de confort, ajena a la realidad desgarradora de su muerte.

Yino, tras leer sus labios, le contestó:

“Sistema prototipo”. “Dañado en el accidente”.

Así que estaban todos muertos. Eso era todo.

Hela rió amargamente, recordando el día en que su padre le confió que había ordenado al concesionario que el nuevo coche finalmente llevara instalado el sistema “Luna”.

-¿Y si mamá se entera? –había preguntado ella.

Pero su padre había desechado la idea rápidamente:

-No vamos a tener un accidente que nos delate. Y mamá puede decir misa. El precio del coche es fijo, y no voy a renunciar a una prestación que no me descuentan.

Naturalmente, el sistema “Luna” iba en contra de las creencias religiosas de su madre, quien se había negado en redondo a que el vehículo familiar lo tuviera.

“¡Esta sociedad está enferma de arrogancia! Lo único imperecedero en el hombre es el alma, y sólo a Nuestro Señor corresponde la tarea de preservarla. ¡El hombre no puede conservar el alma en un disco duro, como si fuera un simple archivo! ¡Tratar de alcanzar la inmortalidad de esa forma blasfema es precisamente la manera de ganarse la condenación eterna de lo único que hay en nosotros que vive para siempre, en el reino de Dios!”

Sin embargo, a su padre, finalmente, los números le habían influido más que las convicciones metafísicas de su madre.

Su madre. Hela miró a su madre: ésta, aún sollozante y abrazada a Samuel, intentaba asimilarlo todo. Qué macabra ironía que hubiese sido precisamente ella la que conducía cuando ocurrió. Hela iba detrás, con su abuela y su hermano, mientras su padre se sentaba en el asiento del copiloto.

-¿Qué haces tú aquí? –preguntó entonces Hela, dirigiéndose a Yino-. Tú no estabas cuando… -Se llevó la mano a la cabeza, sobrepasada- … cuando morimos.

Yino negó con un gesto:

“No estáis muertos”. “Os copió por error”. “Todos vivos” “Pero…”

 Y entonces se contuvo.

Sin embargo su mirada le delató. Hela la siguió; volviéndose hacia su hermano pequeño, quien no se soltaba de su madre.

-Oh, Dios mío, Samuel… -musitó Hela, con el corazón en un puño.

-¡Tata! –exclamó su hermano, y entonces se zafó de improviso de su madre y empezó a caminar con torpeza hacia ella; hasta que se tropezó y cayó graciosamente sobre su regazo.

Hela lo abrazó con todas sus fuerzas, incapaz de contener las lágrimas. Sollozando, se volvió para mirar de nuevo a Yino:

-Dime que no es cierto. Por favor…

Una lágrima invisible entre las gotas de lluvia que empapaban el rostro de su novio resbaló por su mejilla; casi a continuación, Hela escuchó cómo su madre se sumía en un lamento inconsolable, al comprender:

-¡Oh, Dios, mi niño! –empezó a llorar.

“Cuando la empresa os dijo que el disco duro se había dañado, tu abuela y tú me lo disteis en secreto para que lo arreglara”. “Para salvar la mente de tu hermano”.

Aunque aquello ya no formaba parte de los recuerdos de Hela, no tenía duda de que eso era precisamente lo que habría hecho en dada situación. Yino había sido el mejor programador de su promoción y, ya a su edad, estaba contratado por el ejército como uno de sus jefes de desarrollo de aplicaciones –gracias a eso le había conocido; pues ella, al igual que su abuela y su padre antes de retirarse, formaba parte de la fuerzas espaciales de la Federación-.

Yino continuó explicándole lo ocurrido en la lengua de signos.

“El disco está muy dañado, pero puedo concentrar los datos importantes y la consciencia de tu hermano en la memoria intacta si lo desfragmento y reseteo el programa. Para eso tengo que limpiar los datos corruptos y hacer que funcione como una versión más básica”.

-¿Sin Sigma? –preguntó Hela, lanzando una breve mirada al doctor.

“El sistema puede funcionar sin él”, afirmó Yino. “Además está averiado”. “Su programación intuitiva no funciona, no puede crear entornos agradables correctamente ni manteneros en un estado completamente amnésico. Tampoco puede autorreprogramarse”.

Ella entendió lo que su novio quería decir. Desde el principio, el propio sistema había provisto con armas a dos de sus huéspedes, seguramente porque había interpretado que era lo que más seguros les haría sentir tras registrar sus recuerdos y ahondar en su pasado militar. A eso, había que sumarle toda la lista de errores, de desconcertantes escenarios y de fenómenos extraños con los que se habían ido encontrando.

Entonces comprendió también el modus operandi de Sigma. Puesto que en todo momento se había visto sin la capacidad para controlar la situación, el programa únicamente había podido instarles a que se tranquilizaran mientras confirmaba cualquier teoría que se les iba ocurriendo sobre el lugar en el que se hallaban, para tratar así de evitar que siguieran razonando hasta llegar a la cruda realidad.

-El sistema Sigma ha utilizado como referencia la mente del huésped principal para crear un entorno agradable para él –informó de repente el doctor, como si hubiese sido capaz de interpretar lo último que había afirmado Yino y, al verse cuestionado, se hubiese sentido en la obligación de justificar el comportamiento del software-. Observamos que, al tratarse de un huésped extremadamente joven, se siente especialmente cómodo en ambientes cálidos y le estimulan los colores vivos y brillantes… También hemos empleado algunos de sus recuerdos; lugares que ha visitado, ficciones que ha visto, etc.

“La tarde en el centro comercial”. Hela rememoró lo bien que se lo había pasado Samuel con Yino y con ella esa tarde. Abrazó con más fuerza a su hermano, mientras éste jugaba con el lóbulo de su oreja. El edificio en cuya azotea se encontraban no era más que una recreación del centro, basada en la memoria de Samuel. Toda la ciudad, la sala de control, la piscina de bolas… todo eran recuerdos suyos. El propio Sigma lo acababa de denominar huésped principal; seguramente por eso había intentado reunir a su madre y a los demás con él, para que estuviera feliz acompañado de alguien querido.

Hela se volvió hacia Yino:

-¿Entonces, si readaptas el programa, la mente de Samuel se salvará? –preguntó.

Yino asintió:

“Sus datos están intactos”. “Pero los vuestros están dañados”. “El sistema hizo copias vuestras durante el accidente, pero se dañó y no pudo borraros completamente cuando debía, al ver que no habíais muerto ni sufrido heridas graves”.

-Así que debemos desaparecer –entendió-. Pero ¿quién cuidará de Samuel? Sin Sigma, sin su familia… es sólo un niño.

“Yo”, respondió Yino. “No te lo dije en el mundo real para que no te preocuparas. Por eso estoy aquí. Soy una copia que yo mismo cargué de mi consciencia en el disco duro para cuidar de tu hermano cuando formateara el software. Pero antes de formatear, mis datos tenían que coincidir con los de Samuel en una parte no corrupta de la memoria. Tenía que reunirme con él”.

-Por qué no nos lo dijiste… -se lamentó Hela.

“Yo no podía hacer que recordarais. Si os lo contaba, no sabía cómo reaccionaríais, ni si me creeríais. Era peligroso. Si me hacíais daño… si dañabais mis datos, no podría cuidar de Samuel” “Tenía que esperar a encontrarlo”. Yino compungió el gesto. “Lo siento”.

Hela suspiró amargamente:

-Él… ¿recordará algo de esto? –preguntó.

“No”, respondió Yino. “Sí os recordará a vosotros”. “Será siempre un niño”. “Será feliz”.

Entonces ella se volvió hacia su madre. Rose continuaba sollozando apoyada en el muro, ya sin aliento. Probablemente en aquel momento quería recuperar a Samuel, pero ni siquiera le quedaban fuerzas para arrastrarse hacia ellos”.

-Mamá –la llamó Hela, intentando que las lágrimas no volvieran a aflorar y le impidieran hacerse entender-. Debemos dejar que lo haga, es la única manera de salvarlo.

Rose negaba con la cabeza, incapaz de articular palabra. Aquel dilema, Hela lo sabía, era demasiado para ella. Sus creencias y la realidad que tenía ante ella eran irreconciliables.

-Yo lo maté… yo maté a mi bebé –se lamentó en un murmullo.

Samuel miraba a su madre con gesto serio, como preocupado por ella.

-¿Podemos hacerlo sin su aprobación? –le preguntó entonces Hela a Yino.

“Ahora mismo lo estoy haciendo”, gesticuló él. “Mi yo real. Pero ¿querrías hacerlo sin que ella aceptara?”

Hela comprendió lo que Yino quería decir. Su madre real jamás sabría la verdad; pero al menos su versión digital, consciente de todo, merecía el derecho a participar en aquella decisión.

En aquel momento escucho un estruendo y miro más allá de la azotea. El muro de niebla que cercaba la ciudad había comenzado a contraerse; convertido ahora en una amalgama de infinitos colores imposibles.

“Tenemos que darnos prisa o el error se extenderá por todo el sistema” aseguró Yino.

Ella interpeló a su madre:

-¡Mamá, míralo! –la instó, cogiendo a su hermano con las manos y girando su cuerpecito para que estuviera cara a cara con Rose-. ¡Míralo y dime que no es Samuel! ¡Que no es tu hijo! ¡Si no lo hacemos, él desaparecerá!

Su madre contempló al pequeño, casi sin ver por culpa de las lágrimas.

Finalmente, asintió.

Hela se volvió a su novio y asintió también, atesorando sus últimos instantes con su hermano.

-Vamos, ve con Yino –le dijo a continuación a Samuel-. ¡A él todavía no le has dado un abrazo!

En cuanto lo dejó libre, su hermano empezó a caminar hacia Yino con la misma forma encantadora que tenía siempre de hacerlo. Cuando llegó hasta él, abrazándole una pierna, Yino extendió su mano a Hela.

Ella se la tomó.

-Te quiero -dijo Yino.

“YO – QUERER – A - TI” se despidió ella con gestos, soltándolo.

Un resplandor iridiscente la cegó, y Hela escuchó al fin un inmenso grito que lo devoró todo.

 

                      *    *    *    *

 

Yino dejó caer su espalda sobre la silla de escritorio. Exhausto, sobrepasado, se pasó la mano por el pelo y respiró profundamente, con el corazón a mil por hora. Lo había logrado.

En ese momento, vio que alguien hacía girar el picaporte de la puerta. Cuando ésta se abrió, los ojos enrojecidos de Hela buscaron ansiosamente una respuesta en los suyos.

 “TERMINADO” le anunció él. “A SALVO”.

Nada más confirmárselo, Hela exhaló todo el aire contenido en sus pulmones en un suspiro de alivio y emoción y se lanzó a abrazarlo.

Pasaron varios minutos así, sin decir nada. Yino notaba, todo lo satisfecho que podía estar, cómo las lágrimas de su novia humedecían su camisa.

Al final, alguien más hizo su aparición en el umbral de la habitación.

Tavos, el padre de Hela, estaba vestido de luto, como todos ellos:

-¿Estáis listos, cariño? –entendió que preguntaba.

Hela asintió sin decir nada, mientras se secaba la cara.

A continuación, por las expresiones de los demás, dedujo que alguien del piso de abajo les había llamado.

-Ya bajamos, mamá –vio decir Tavos-. Vamos, cariño.

El padre de Hela la envolvió con su brazo cuando ella llegó a la puerta, y juntos comenzaron a caminar hacia las escaleras. Yino los siguió.

Al menos, sabía que el funeral de aquella tarde sería un poco menos desgarrador para ella.

Pues algo de Samuel seguiría eternamente vivo, eternamente feliz.

 

 

 

Si te ha gustado muy mucho este relato inaugural del blog porque te molado la estética "corchopán pintado con spray" de la nave, porque quieres a Hannah como tu propia abuela cañera o porque te ha dejado en shock que el niño estuvSPOILERRRRR!!! Ejem... bueno, pues eso; que si te ha parecido digno de un donativo, no voy a ser yo el que te ponga dificultades para que realices uno. Aquí mi ko-fi.

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